Por Luis Corona
Nunca fui fan de Stranger Things, me parecía una serie bastante buena pero sencilla en la historia, y por lo mismo no esperaba nada de su cuarta temporada, la cual ni siquiera tenía intenciones de ver. Sin embargo, una invitación de mi roomie se convirtió en una cruzada maratónica por terminar la que a mi parecer es una de las temporadas más interesantes del show. Siempre son los personajes nuevos los que roban la atención en el mundo de Stranger Things y esta temporada no es la excepción, ya que nos han introducido a uno de los personajes más peculiares y carismáticos que haya visto este año: Eddie Munson.
Eddie (tocayo del zombie mascota de la banda de metal Iron Maiden) ya es todo un ídolo en redes sociales y hay cientos de páginas dedicadas a este carismático personaje. Se trata de un adolescente de la preparatoria de Hawkings, interpretado por un actor demasiado grande para el papel como suele suceder en estas series. Pero la personalidad de este individuo es simplemente cautivadora. Rebelde, juguetón, alegre, inquieto, performativo, Munson es un entusiasta del metal y del juego de rol Calabozos y Dragones. Viste chaquetas rockeras y una larga cabellera mientras se pasea encima de las mesas de la cafetería armando complejos monólogos sobre la vida en la prepa. Su cara es expresiva, se mueve, baila, agita su cabellera, cambia de voces e imita al diablo para intimidar a los bullies y los atletas que lo amenazan.
Eddie se robó el corazón de los fans en el mundo real, pero en el universo de Stranger Things es todo lo contrario. Cuando los asesinatos comienzan en el pueblo, Eddie con toda su pinta de rufián se convierte en el perfecto chivo expiatorio para dar explicación a los extraños crímenes. ¿De qué otra forma puede una pequeña comunidad religiosa explicar los inusuales y brutales asesinatos de jóvenes en la localidad? Para los pobladores de Hawkings parece obvio que sólo hay una explicación: la influencia satánica.
Parece una broma o un recurso narrativo exagerado, pero se trata de una precisión histórica, el pánico satánico fue una fuerte realidad en Estados Unidos y en el resto del mundo desde la década de 1970 hasta poco después de los 2000, e incluso sigue existiendo en la actualidad. En un ambiente de total paranoia miles de personas comenzaron a acusar a sus vecinos de tener pactos con el diablo y de formar parte de rituales satánicos. La gente aseguraba que una ola de influencia demoníaca se extendía por el país y que estas entidades buscaban poseer a las infancias usando como medio los videojuegos, películas de terror, juegos de rol y por supuesto la música de metal.
El contexto histórico bajo el cual crece este pánico no es nada alentador, justo después de los brutales asesinatos cometidos por la familia Manson y el creciente número de cultos religiosos que crecía por todo el país. En 1977 David Berkowitz, el hijo de Sam, fue arrestado por una serie de tiroteos que perpetró en la zona de Nueva York, declaró que fue instruido por el perro de su vecino que había sido poseído por un demonio. En una línea de la película de Zodiac un locutor de radio pregunta a su audiencia “¿creen que el asesino del Zodiaco sea un satánico?”. Este clima de incertidumbre puso en alerta a los ciudadanos comunes, quienes no podían encontrar una explicación lógica a tanta violencia cometida entre desconocidos y sin razones aparentes, los móviles de estos crímenes era elusivos, fantasmas de la razón.
En 1993, tres adolescentes de la ciudad de Memphist, Arkansas, fueron juzgados y condenados por el homicidio de tres niños de ocho años, los crímenes se dieron bajo condiciones extrañas y los cuerpos vandalizados de formas tan brutales que la comunidad y los medios inmediatamente apuntaron a la explicación de los rituales satánicos, lo que junto con la coerción policial influyó fuertemente en el veredicto final de este caso. Los tres muchachos cumplían con un perfil de sospechoso habitual, todos contaban con antecedentes de problemas con la ley e infracciones menores. En el documental “Paradise Lost”, los jóvenes aseguraban que eran los candidatos ideales para cubrir la incompetencia de la policía, juzgados simplemente por utilizar playeras de bandas de metal.
La historia de Eddie goza de bastante simetría con este caso de la vida real, él es un joven tatuado con problemas en la escuela, que repite año hasta su mayoría de edad, bebe, fuma, disfruta de su banda de rock y juega juegos de rol. Los amigos de Eddie, entre ellos los protagonistas de Stranger Things, se reúnen para jugar el popular juego de calabozos y dragones, que para finales de los ochenta fue acusado de tener una influencia satánica sobre la infancia. En nada ayuda que el club de juegos de Eddie se llame “HellFire Club” un nombre que goza de una doble connotación interesante. Por un lado, el Hellfire es el nombre de varias sociedades secretas que en el siglo XVIII se reunían para tratar temas de filosofía y política, críticos fuertes de la opresión religiosa, pero con el tiempo también sería atribuído a reuniones profanas en las que los miembros se entregan a todo tipo de actividades inmorales y hedonistas.
Entonces, cuando los cuerpos empiezan a aparecer en Hawkings, el pueblo inicia una persecución contra Eddie, quien se presume es el líder de un grupo satánico y poseedor de los poderes del diablo para matar de formas brutales a sus víctimas y a todo aquel que se interponga en su camino. Después de eso, también buscarán al resto del Hellfire Club, a quienes culpan de los homicidios, sin entender que no se trata más que de un club de fanáticos de un inofensivo juego de rol.
La satanización de este juego empezó con el caso real de James Dallas Egbert, joven apasionado de Calabozos y Dragones que cometió suicidio, tanto la prensa como las primeras indagaciones policiales establecieron una conexión entre estos dos elementos y al poco tiempo el juego de rol adquirió una mala reputación que se extendió entre los grupos religiosos y asociaciones de padres que iniciaron una campaña de desprestigio llena de tiras cómicas, libros e incluso una película protagonizada por un jovencísimo Tom Hanks. Obviamente esta cruzada no fue intencional ni dirigida, se trataba sólo del producto de la histeria colectiva, que ante la falta de explicaciones lógicas terminó ligando dos hechos de por sí aislados. El suicidio de James venía de las presiones de la vida cotidiana y los entusiastas de Calabozos y Dragones aseguran que si el chico jugaba tan fanáticamente era porque era una de las pocas cosas que le brindaban alivio y diversión en su complicada vida.
La cancelación por pánico satánico se convirtió entonces en una condena común para la industria del entretenimiento. En 1981, la película “Evil Dead” de Sam Raimi despertó el terror y la paranoia entre la comunidad religiosa, quienes acusaban a la película de diabólica y maldita. En 1999 tras la masacre de Columbine, donde un par de adolescentes mataron con armas a 12 personas en su escuela preparatoria, hubo una creciente hipótesis que empezó a culpar al músico de metal Marilyn Manson de tener una influencia negativa en estos jóvenes, lo que los condujo a cometer sus crímenes y finalmente cometer suicidio. En 2009, la autora Gillian Flynn publicó su novela Dark Places, la que relata el ambiente de pobreza que sufren la comunidades rurales de Estados Unidos y cómo la confusión y el pánico satánico incitan a una joven sobreviviente de una masacre a declarar en contra de su hermano, al que cree cómplice de una secta dedicada a la adoración del diablo. Ejemplos sobran.
Puede parecer que es un tema complicado por tratarse de un fenómeno que sucede en otro país, en un contexto completamente ajeno, pero en latinoamérica también permeó esta forma de pensamiento, sobre todo en los círculos de la religión católica tan extendida en países como México. Aquí también tuvimos nuestra propia probadita del pánico satánico. A finales de los 90, en varios noticieros se entrevistó a “expertos” que aseguraban que el anime “Evangelion” tenía el propósito de evangelizar a los jóvenes en un culto satánico. Esta idea fue alimentada por el excéntrico y visceral estilo visual de la serie, así como por las constantes referencias bíblicas que el autor colocó alrededor de la obra, pero el show pretende filosofar sobre temas tan complejos como la existencia, la vida y la soledad. En una especie de prejuicio xenofóbico las iglesias comenzaron a prohibir cualquier producto proveniente del oriente, incluidos Dragon Ball Z y Pokémon, cuyo único crimen fue tener un capítulo con luces estroboscópicas que generó algunos ataques de epilepsia y que tuvo que ser retirado del aire, nada realmente satánico aunque sí ligeramente irresponsable sin un anuncio de advertencia.
Y parece lógico que el pánico se extendiera en una cultura donde la religión y la superstición son predominantes, la brujería forma parte importante del folklore mexicano y en algunas regiones es incluso un oficio por el que se puede ganar dinero. La increíble capacidad de “creer” se encontró con la influencia religiosa y mediática, pero sobre todo con el desinterés por entender las obras que se estaban cancelando. Si algo nos ha enseñado Stranger Things en su arco más interesante hasta ahora, es que este tipo de persecuciones guiadas por la histeria colectiva son extremadamente peligrosas.
No muy distante de la capital mexicana los linchamientos se han convertido en una forma común de justicia ejercida por los ciudadanos, producto claro del crecimiento excesivo del crimen y de la incapacidad del Estado para preservar el control. Pero más allá de los matices y los debates sobre la justicia, el fenómeno ha escalado al punto de la histeria colectiva. Ya son repetidos los casos en la república donde los ciudadanos confunden a personas inocentes con criminales y proceden a quemarlos vivos.
Sin duda es un fenómeno complejo que debe ser revisado a profundidad, y donde influye una amplia serie de factores políticos y sociales, pero la base de entrada ya la tenemos, cuando la incertidumbre reina y el pánico se apodera de las masas, cuando perdemos la capacidad comprender lo que sucede a nuestro alrededor y de reconocer a los otros como humanos, cuando dejamos que los prejuicios comanden a las comunidades, entonces es cuando inician las persecuciones. Y en realidad no hay grupo que se salve, también existen entusiastas de Black Metal involucrados en quema de iglesias y uno que otro crimen de odio. Con el tiempo los fanáticos del punk pueden convertirse en la misma fuerza opresora contra la que luchaban en su orígenes. No hay que ir muy lejos, el reciente estreno de la película de Pixar Lightyear desató la polémica cuando los grupos homofóbicos acusaron a la cinta de promover la ideologia de género y pervertir a las juventudes al contener un beso entre una pareja homosexual, razón por la que la película fue prohibida en algunos países tal y como Calabozos y dragones fue prohibida durante el calor del pánico satanico.
En la actualidad, la historia de Eddie resuena en la audiencia porque entendemos que no se trata de un chico malo, sino de un sujeto incomprendido, un chivo expiatorio para su comunidad, un marginado. Hoy podemos entender la persecución de Eddie porque somos más capaces de empatizar con los marginados, ahora que tantos grupos minoritarios empiezan a alzar la voz podemos mirar al pasado y darnos cuenta de cómo la opinión pública siempre ha estado enmarcada por el prejuicio y, en la situaciones más adversas, el pánico. Así como en el caso de Eddie, las personalidades divergentes suelen generar miedo en las comunidades más conservadoras, e incluso, puede que los comportamientos excéntricos de Eddie sean un mecanismo de defensa adolescente para protegerse de un entorno que, aunque no lo parezca, es hostil con las personas como él. No se justificará jamás a este personaje por su actitud rebelde ni las ilegalidades que cometa, pero tal como su tío dice en la serie: su sobrino podrá ser un poco extraño, pero no es un mal sujeto y mucho menos un homicida. Yo agregaría también que Eddie no es ningún satánico. Netflix ha prometido una continuación a los episodios de esta cuarta temporada, donde finalmente veremos el desenlace de esta historia.
Probablemente mi yo de ocho años se escandalizaba si supiera que terminaría escribiendo sobre este tema, tal vez todas estas ideas hubieran sido castigadas y reprimidas durante mi infancia, inmediatamente me callarían al hablar de esto en mi vecindario o escuela primaria. En realidad no debería de estar hablando de nada de esto porque, tal y como decía la jefa religiosa de nuestra pequeña comunidad y como muchas vecinas solían decir: “todo eso es del diablo”.