Mi amado monstruo y yo: Guillermo del Toro, maestro del romance

Para algunos se trataba sobre los conflictos de las infancias que crecían sin una figura paterna, para otros el mensaje era claramente anticapitalista y para muchos era un estudio sobre las ideologías fascistas que poblaron al mundo en el siglo pasado. Lo que más le sorprendió al autor es que nadie pudiera haber considerado la posibilidad de que fuera una historia de amor.

Por Luis Corona

My beloved monster and me

We go everywhere together

Wearing a raincoat that has four sleeves

Gets us through all nasty weather

– Eels

Chuck Palahniuk estaba bastante contrariado con la opinión que la gente tenía de su novela “El Club de la Pelea”. Toda clase de personas se aproximaban a él con incontable número de hipótesis sobre el verdadero tema de la obra. Para algunos se trataba sobre los conflictos de las infancias que crecían sin una figura paterna, para otros el mensaje era claramente anticapitalista y para muchos era un estudio sobre las ideologías fascistas que poblaron al mundo en el siglo pasado. Lo que más le sorprendió al autor es que nadie pudiera haber considerado la posibilidad de que fuera una historia de amor.

Desde que leí esa idea de Palahniuk empecé a replantearme la forma en la que veía mis obras favoritas, de vez en cuando es bueno preguntarnos: ¿por qué nos gusta lo que nos gusta?, ¿qué elementos se repiten en las historias que nos parecen atractivas? Eso me llevó de regreso a una de mis películas favoritas del mexicano favorito de todos: Hellboy (2004) de Guillermo del Toro. La adaptación del cómic de Mike Mignola fue magníficamente ejecutada por el tapatío en un film que narra los orígenes de un ser del infierno que es invocado a nuestro mundo para traer el apocalipsis, pero que al ser adoptado por el gobierno americano se convierte en un agente caza monstruos dedicado a salvar al mundo de las amenazas paranormales.

Hasta aquí podría ser la sinopsis de una interesante película de acción, de superhéroes o una ficción de serie B, pero la cinta de Del Toro se siente muy diferente. De entrada, la escala de la película es menor, no tenemos la clásica pelea entre los Vengadores y un ejército desechable que amenaza con destruir Nueva York; y después, el mundo, porque las peleas de Hellboy suceden en las calles, en el metro, entre los callejones de la urbe y las asquerosas aguas del drenaje. Pero más allá de la acción, me di cuenta de que algo sucedía cuando los golpes y las balas abandonaron la escena y algo me mantenía pegado a la pantalla, lo que para alguien con mi nivel de atención es bastante extraño.

Más allá del conflicto padre e hijo, el romance me mantuvo atento a la historia de esta película y fue lo que me hizo volver con los años. Verán, después de la pelea con Samael (el sabueso infernal), Hellboy se escapa de sus custodios, al más puro estilo de un adolescente que se escapa de sus padres. ¿Y a dónde va nuestro niño del infierno? Pues decide huir para encontrarse con su enamorada Liz Sherman. En una cortísima escena increíblemente romántica vemos los esfuerzos y riesgos que Hellboy toma para tener cinco minutos a solas con la chica que le roba el aliento.

Cabe señalar que Liz no es el interés amoroso de Hellboy en los cómics, pero la película lo hizo de este modo para darle un arco al protagonista. Hellboy es un demonio de piel roja, gigantón, dueño de unos enormes cuernos que lija para menguar su diabólica imagen, con todos estos atributos físicos es bastante obvio que no encaja en los estándares de belleza occidentales. Para Hellboy es fácil romperle el hocico a brujas y hombres lobo, es su trabajo y para eso entrena, tiene el físico para ello; pero pobre de él si tiene que salir en una cita romántica por un café, eso sí que le cuesta trabajo. El conflicto de Hellboy es que quiere estar afuera, entre los humanos a quienes protege, pero sabe que para los ojos de la sociedad él es un monstruo y es incapaz de vivir su romance en paz.

Pero aunque parezca que los problemas románticos de Hellboy se reducen al aspecto físico, tampoco lo tiene fácil a nivel emocional. Este sujeto no es muy bueno para expresar cariño o vulnerabilidad, tiene cero inteligencia emocional, es rebelde y de terco temperamento, de mecha corta y sarcástico hablar. Hellboy es la víctima de su fachada de macho, que usa para combatir monstruos pero que le impide expresar cariño a su padre o confesar a Liz cuánto la quiere en su vida. Estos problemas expresan la humanidad de un personaje que a simple vista es un simple demonio.

La secuela de Hellboy duplica la apuesta por el romance cuando Abe Sapien, el hombre pez amigo de nuestro protagonista, se enamora de una princesa. En una de las escenas más memorables de la franquicia, Abe va en busca de su amigo para pedir consejos románticos y en un mexicanesco giro ambos terminan cantando borrachos “Can​​t Smile Without you”, la melosa balada de Barry Manilow, mientras se terminan un par de latas de cerveza Tecate. Esta fórmula se repetiría en la que es por mucho la película más romántica del repertorio de Del Toro, La forma del agua (2017). En esta historia, Elisa Esposito es una empleada de limpieza muda que se enamora de un hombre pez que encuentra en un laboratorio secreto del gobierno. La génesis es obra completamente del director tapatío, que de niño vio el clásico de terror “El monstruo de la laguna negra” (1954) y pensó “¿qué pasaría si el monstruo se queda con la chica al final?”.

Puede parecer que la premisa de Guillermo es extraña, pero en los fuertes tiempos de xenofobia impulsados por la presidencia de Donald Trump, La forma del agua se convierte en una metáfora justa para los tiempos. Según el propio autor, el tema central de la película es que tal como el agua, el amor no tiene forma, se adapta y fluye de acuerdo al ambiente. Así, en la cinta vemos toda clase de expresiones de amor y se le da especial atención a las minorías: pobres, personas con discapacidad, personas pertenecientes a la comunidad LGTB, personas de color y, por supuesto, monstruos. Así, el amor encuentra sus formas más peculiares en un filme que luchaba en contra de los prejuicios de una época donde el conservadurismo amenazaba con ser la norma.

Pero este director ya había entrenado su habilidad para contar historias románticas y en ese aspecto viene la parte más personal de mi relato. Yo era un estudiante universitario cuando se estrenó “La Cumbre Escarlata (2015)” y como buen cinéfilo que era en ese entonces no me la iba a perder. En aquella época fui junto con quien era mi amor y ambos esperábamos una película de terror que nos helara la sangre. En aquella ocasión nos llevamos dos horribles sorpresas, la primera era que aún había gente grosera que se dignaba a escandalizar en el cine, la segunda era que el marketing de la película había vendido una historia muy diferente a la que finalmente se vio en pantalla.

Heredera del romanticismo que engendró a Frankenstein, La Cumbre Escarlata era una película de fantasmas tan clásica que fue difícil de digerir para los fanáticos del terror convencional. En ella, una aspirante a escritora se enamora de un empresario atormentado por la relación incestuosa con su hermana y el desfile de cadáveres que ha dejado a su paso para encubrir su romance. Sin duda alguna, una trama digna de un dramón de Televisa, excelentemente ejecutada por un genio audiovisual que le da el peso adecuado a sus melodramáticos y telenovelescos personajes. Así, los fantasmas son la salsita que le da sabor a una historia muy humana, llena de crimen, lujuria y pasión.

Y sí, no entendí la cumbre cuando la vi, y sí, me peleé con la gente grosera que habló en el cine mientras la veía en mi cita romántica; pero yo no diría que fue la cinta de Guillermo del Toro que más menosprecié. El premio de la más infravalorada se la lleva la estruendosa “Titanes del Pacifico”, y juro que cuando la vi la disfruté mucho, pero no la bajaba de peliculón de acción y solamente eso, llena de robots gigantes y monstruos al estilo de Godzilla. Pero qué equivocado estaba, en una segunda vista me clavé tanto con sus personajes y conflictos, que no pude evitar sentirme como un adolescente otra vez.

En la película, Raleigh tiene que pilotear un robot para pelear contra los aliens gigantes que amenazan con destruir el mundo, pero para ello debe encontrar a un copiloto con quien pueda tener una conexión física y mental perfecta, lo que les permitirá dirigir la acciones de la máquina para pelear. En el proceso, nuestro protagonista conoce a Mako Mori, una inexperta pero talentosísima piloto que no podría ser más opuesta a él, pero con quien tiene una conexión bastante fuerte. Y es increíble el nivel de tensión que se siente entre estos dos personajes en todos los aspectos, tanto intelectual como físico. Es precisamente esa tensión la que mantiene interesante la película tanto cuando hay monstruos y peleas así como cuando no los hay.

Después de esta revisita, no puedo evitar pensar lo ricas que saben las cosas después de una segunda, tercera y hasta milésima revisada. En un primer momento sólo nos damos la oportunidad de sentir y, muchas veces, juzgar lo que hemos vivido. Pero en la revisita empezamos a distinguir y es entonces cuando los detalles que pasamos por alto emergen tan evidentes. Las películas nos regalan esa oportunidad todos los días, yo no sé si el amor existe y no sé qué será del romance en el futuro, lo que sí sé es que las historias de Guillermo del Toro me han enamorado, me han hecho llorar, amar, gozar y reír.
Después de un paseo por la filmografía de Guillermo del Toro, en un viaje de años de continuar revisando su filmografía, he descubierto que el romance ha sido clave en mi experiencia con su cine. Encuentro increíblemente maravillosa su dirección de arte, la forma en la que dirige grandes peleas, la majestuosidad con la que trae a la vida maravillosas criaturas de fantasía; pero todo eso ya lo sabemos. Habría entonces que detenernos a apreciar la forma en la que dirige los momentos de romance que tanto abundan en su filmografía, cada beso, cada mirada y cada canción de amor. De vez en cuando, en momentos de nostalgia, me invade un deseo por volver a ver Hellboy en el momento en que el demonio rojo se encuentra con su enamorada, esa escena donde entre la oscuridad de la noche y la blancura de la nieve los amantes se reencuentran mientras una canción de rock suave nos endulza la escena. La música, la imagen y la historia me transportan de inmediato a todos los romances juveniles de mi vida, todas sus películas se sienten así en su mejor momento, como una película con el soundtrack ideal. Al ver cómo Del Toro le da la oportunidad de experimentar ese amor a sus monstruos, al notar cómo en su trabajo le da el mismo peso a las peleas que a los besos, no puedo evitar pensar que estamos ante un verdadero maestro del romance.

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