Por Lu García Girón
“Somos el único país que, sin estar en un estado de catástrofe o de guerra, tiene una reducción en la esperanza de vida al nacer y las dos causas fundamentales son la violencia en todas sus formas y las enfermedades crónicas no transmisibles”, señaló Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud.
México padece desde hace años de una epidemia llamada obesidad, ocupamos el primer puesto como el país con mayor obesidad infantil y el segundo en obesidad entre adultos.
Por si fuera poco, el confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19 dejó huella en la báscula de los mexicanos, de acuerdo al estudio “Acciones e intervenciones para la pérdida de peso”, en el que un grupo de científicos exploraron los hábitos alimenticios y de ejercicio en 30 países durante la pandemia y según sus resultados, los mexicanos son los que más ganaron peso, en promedio, indican que fueron 8.5 kilos por ciudadano.
Y es que el panorama que se vive en nuestro país durante las últimas décadas es complicado, tenemos una tendencia en el aumento del sobrepeso y la obesidad que se debe en gran parte al consumo excesivo de calorías y disminución de la actividad física, pero también debido a la disminución en la ingesta de vitaminas y minerales, asociada al bajo consumo de frutas, verduras, leguminosas y pescado.
Casi la mitad de las muertes que ocurren en el territorio mexicano se relacionan con enfermedades crónicas y estas, a su vez, se asocian con problemas como mala nutrición, ingesta de alimentos con exceso de sal, altos contenidos de grasa, azúcar y calorías totales.
Por este motivo existe la necesidad de que toda política pública agroalimentaria deba enfocarse a combatir tanto la subalimentación, expresada en desnutrición y anemia, como el sobrepeso y la obesidad, resultantes, en el caso de México, de una alimentación en cuyo consumo predominan productos ultraprocesados (ocupamos el primer lugar en el consumo de estos alimentos en América Latina, de acuerdo con Alianza por la Salud Alimentaria).
Esos alimentos son formulaciones a base de sustancias extraídas o derivadas de alimentos, contienen aditivos que dan color, sabor o textura para intentar imitar a los alimentos y están nutricionalmente desequilibrados. Tienen un elevado contenido en azúcares, grasa total, grasas saturadas y sodio, y un bajo contenido en proteína, fibra, minerales y vitaminas, en comparación con los productos y comidas sin procesar o mínimamente procesados.
Dentro de esta clasificación están los refrescos, jugos, leches saborizadas, galletas, pasteles, aderezos, papas fritas, snacks salados o dulces, helados, chocolates y caramelos, cereales endulzados, barras “energizantes”, mermeladas, margarinas, entre otros.
Los alimentos y bebidas ultraprocesados se consideran productos particularmente obesogénicos y poco saludables, su consumo frecuente conlleva un aumento de calorías, mismo que se relaciona con el desarrollo de diabetes tipo 2, la forma más común de la enfermedad, además, su consumo incrementa el riesgo de padecer cáncer. Aunado a lo anterior, solo diez productos de esta industria representan las tres cuartas partes de la basura que se encuentra en los océanos del mundo.
La obesidad es el principal factor de riesgo para el desarrollo de la diabetes y otras enfermedades crónicas y, la obesidad está condicionada en gran medida por tener una mala alimentación, en la que predomina el consumo de grasas, azúcares y sodio.
Ahora bien, la ingesta nutricional derivada del consumo de alimentos es diferenciada entre los grupos socioeconómicos. La ingestión promedio diaria de nutrientes -calorías y proteínas- por unidad de consumo, en los diferentes grupos de hogares, tiene una relación directa con el ingreso.
La realidad es que no todos los hogares pueden adquirir alimentos variados, tomando en cuenta que el salario mínimo diario es de 172.87 pesos, que representan 5mil 255 pesos mensuales (en la frontera norte se gana un poco más), apenas y realmente apenas alcanza para una canasta básica.
Tan solo a finales de diciembre de 2021, surtir una despensa con la veintena de productos básicos para una dieta familiar, incluyendo aceite, carne, pollo, verduras, tortillas, frutas y legumbres, entre otros productos, tenía un precio de entre 763 pesos a mil pesos, de acuerdo con los datos recabados tanto en mercados, como en tiendas de autoservicio por la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco). 113 días después, esta misma canasta básica elevó su costo de entre mil 037 pesos a mil 229 pesos, es decir, tuvo un incremento de hasta un 35% en menos de cuatro meses.
Los bolsillos de los mexicanos se ven afectados no solo por los salarios bajos, también se por la inflación que llegó en abril al 7.68%, su mayor nivel en dos décadas, y el índice de la canasta de consumo mínimo repuntó al 8.31% en el mismo mes, esto de acuerdo con los datos más recientes publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi, pero ¿qué tiene que ver la inflación con los alimentos?, es sencillo, si hay inflación se encarecen aún más los alimentos.
El gasto que dedican las familias de bajos recursos a la alimentación constituye el 56% de su gasto total, pero sólo cubre el 66% de los requerimientos de las calorías y el 60% de proteínas que potencialmente necesitan.
El 59.1% de los hogares mexicanos se encuentra en algún grado de inseguridad alimentaria, de los cuales, el 20.6% de estos tienen inseguridad moderada y se localizan en zonas rurales (28.8%) así lo dio a conocer el subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria, Víctor Suárez Carrera.
Un informe global publicado en 2021 por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia,
UNICEF señala que uno de cada dos menores de dos años en México no recibe los alimentos o nutrientes necesarios para prosperar y crecer de manera adecuada, situación que causa daños irreversibles en su desarrollo.
El análisis de UNICEF fue realizado entre 91 países y señala que particularmente en México, uno de cada cinco bebés de entre 6 y 23 meses no recibe el mínimo de comidas diarias recomendadas para su edad, y sólo uno de cada dos consume el mínimo de grupos de alimentos esenciales para su desarrollo.
“El gobierno de México ha realizado importantes esfuerzos para reducir la mala nutrición, con estrategias clave como el nuevo etiquetado frontal en alimentos ultraprocesados o – en el contexto de la pandemia de Covid-19 – la inclusión en el currículum escolar de la materia Vida Saludable, que promueve la alimentación adecuada, higiene y actividad física entre las y los estudiantes”, señaló Mauro Brero, Jefe de Nutrición que UNICEF en México.
Al respecto, el gobierno mexicano precisamente ha implementado el Sistema de Etiquetado Frontal de Alimentos y Bebidas (SEFAB) como una de las políticas y acciones más reconocidas con costo-efectivas implementadas en beneficio de la población, que consta en la orientación sobre la elección de alimentos saludables, esto, en conjunto con otras estrategias como la regulación de la venta de alimentos en el entorno escolar, campañas educativas, regulación de la publicidad de alimentos y bebidas densamente energéticas dirigidas a la población infantil y la implementación de impuestos a las bebidas azucaradas.
El SEFAB, conocido como “Guías Diarias de Alimentación” o GDA está basado en un sistema propuesto en Europa que representa una medida regulatoria que delimita a diversos productos alimenticios en el mercado.
La propuesta de etiquetado frontal elaborado por un grupo de expertos se centra en que sea la población la que evalúe de manera rápida la calidad del producto al momento de comprarlo y este contenga información directa, sencilla, visible y sea fácil de entender como el contenido de energía, nutrimentos, ingredientes y componentes cuyo exceso en la dieta puede ser perjudicial para la salud, como azúcares añadidos, sodio, grasas totales, grasas saturadas y energía.
Lo ideal sería que se implementaran estrategias y programas de asistencia social alimentaria para contribuir al ejercicio pleno del derecho a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, particularmente, de aquellas personas que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad, marginación y discriminación.
Con este panorama actual y de continuar con esta tendencia, enfrentaremos desafíos económicos y sociales aún mayores, puesto que las Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT) causadas por una inadecuada alimentación implicará una mayor pérdida de capital humano, ya que el desarrollo de las ECNT se relaciona con los cambios sociales y económicos.