La fatalidad de Un Hombre Lobo Americano en Londres

Con ”Un hombre lobo americano en Londres”, el director John Landis inauguró una tradición cinematográfica que terminaría por convertirse en un género propio: La comedia y el horror como vehículos para contar una historia profunda

Por Luis Enrique Corona Mandujano

Mientras realizaba un viaje de trabajo por Yugoslavia, el futuro director cinematográfico John Landis se topó con un complejo ritual gitano, cuyo propósito, al parecer, consistía en apagar en el difunto cualquier deseo de regresar a la vida. De este ritual, Landis extrajo la idea para una historia sencilla: Viajando de ‘mochilazo’ por Europa, una pareja de amigos sufre el ataque brutal de un hombre lobo. Este fue el punto de partida para una de las películas de comedia y horror más brillantes que se hayan producido hasta el momento: Un Hombre Lobo Americano en Londres (1981).

El guión retoma un tropo común en el folclore europeo: la clásica maldición del licántropo, pero le da un giro novedoso e interesante con su tono ligeramente fársico. Y es que, junto con el vampiro, el licántropo es uno de los mitos más populares de la historia humana, pero como todo lo bueno, el tema puede desgastarse, al punto de que, en la segunda década del siglo XXI, cada vez vemos meno disfraces del Conde Drácula de Lugosi o el hombre lobo de Chaney; podríamos decir, incluso, que el mito está pasado de moda, aunque no necesariamente muerto.

Algo similar sucedía previo al estreno de Un Hombre Lobo Americano. Hacia el final de la década del 70 las películas de Ciencia Ficción se habían apoderado de todas las taquillas en los Estados Unidos. Los viejos licántropos habían perdido su brillo y su interés. Fue el giro fársico del que dotó Landis a su cinta lo que la catapultó al éxito. Esa mezcla de horror y comedia permitió que la película se sintiera fresca, dando un giro inteligente a un género que entonces se encontraba en decadencia.

Películas “Shawn of the Dead” (2004), de Edgar Wright o “ Get Out ” (2017), de Jordan Peele, son evidencia de cómo estos géneros aparentemente antagónicos se ha ganado su lugar manteniendo la iniciativa de John Landis tan viva como en 1981. El sabor de está receta sigue siendo interesante, porque conserva toda la atmósfera inquietante y misteriosa que provoca adrenalina, a la vez que permite aliviar la tensión de las situaciones incómodas con un buen humor. No obstante, con la película original de Landis, sucede que tiende a olvidar que se trata de una historia trágica.

En la superficie, la película cuenta la historia de David, un estudiante que, tras sufrir el ataque de un hombre lobo en los páramos, es acosado por el fantasma de su amigo que sí murió en el ataque, quien lo intenta convencer de suicidarse para evitar convertirse en un hombre lobo y continuar con el ciclo de violencia del licántropo. En suma, se trata de una brutal historia de monstruos y fantasmas como las que podríamos encontrar en cualquier antología de cuentos de horror. Ahora vamos con la segunda historia, la historia secreta, como diría mi maestra de literatura citando a Ricardo Piglia. Para esto será necesario recurrir a uno de los ejercicios que propone la escritora argentina de terror Mariana Enríquez, este consiste en separar el elemento horroroso/sobrenatural para encontrar el miedo colectivo, ese que compartimos como sociedad . En ese sentido, la película cuenta la historia de David, un estudiante que tras un terrible accidente en un país lejano se enamora de la enfermera que lo atiende, ellos se mudan juntos y empiezan una relación a la vez que él es acosado por el trauma de su violento accidente y la muerte de su mejor amigo, lo que lo conducirá al final de sus días. Aquí tenemos una trágica historia que mezcla el romance y el dolor. En este punto los temas son mucho más evidentes, desde el miedo a volverse loco ejemplificado en las alucinaciones y pesadillas de David, que bien podrían ser el resultado del estrés postraumático, hasta el horror a sufrir una tragedia en un país desconocido.

Con su atmósfera onírica, la película le da un peso bastante fuerte a los sueños del protagonista, que junto con los mensajes suicidas que le da su amigo fantasma, alimentan una pregunta inquietante durante la primera mitad de la cinta, ¿Se está convirtiendo David en un hombre lobo o solo está perdiendo la cabeza? La respuesta final a esta interrogante, que nos llega durante la escena más famosa de la película, es que sí, David se convierte en un hombre lobo, y es también en esta escena donde se afianza la iconicidad del filme, con un maquillaje y efectos prácticos que nos entregan una de las secuencias más grotescas de la historia del cine, que con cualidad hipnótica se quedó grabada para siempre en el inconsciente colectivo de la cultura popular.

En el otro extremo, una escena que también está bien orquestada es la secuencia romántica. Tras ser dado de alta del hospital, David se hace amigo de Alex, la enfermera que lo atendió. Ella lo invita a quedarse en su departamento y ahí comienzan una relación. Este punto de la cinta es un momento íntimo y sexual, completamente erótico, un vals de pieles desnudas en la bañera al ritmo de Moondance, de Van Morisson. La pareja se besa con pasión, ambos son hermosos, son jóvenes y están solos en un departamento confortable, mientras el viejo Van canta “can I just make some more romance with a-you, my love?”. Y es aquí donde radica la tragedia, en el irremediable paso del tiempo y la ineludible realidad de la muerte. La historia de David es la de su propia muerte, los momentos de romance y aventura europea son sus últimos, pero él no lo sabe.

Al final, así es con todos, ¿no es en esencia toda historia un mero episodio entre el nacimiento y la muerte? Y no es que la figura del licántropo sea ajena a la tragedia. La leyenda del hombre lobo plantea un miedo a la naturaleza agresiva que habita dentro del humano, un temor al instinto primitivo que radica en lo profundo del inconsciente, y el pavor de herir a otros al conectar de manera incontrolable con esa parte más “animal” de nosotros mismos. El hombre lobo es un paria, vive en la paranoia, temeroso de sí mismo e incapaz de escapar del monstruo interno que atenta contra los que más ama y contra la sociedad. En resumidas cuentas, si extirpamos el elemento sobrenatural de la leyenda del licántropo, nos encontramos con la historia de un miedo muy humano, el de lastimar a otros y el de no ser consciente de las propias acciones. De igual forma, sí hacemos una operación similar con la película de John Landis, Un Hombre Lobo Americano en Londres es la historia de un joven estudiante que experimenta terror y amor a dosis iguales en un viaje por Europa, antes de morir irremediablemente.

Pero el genio de John Landis al mezclar un tono cómico con la tragedia logra ensalzar aquellos momentos de verdadera felicidad, las escenas de amor nos saben más placenteras, las pláticas entre amigos nos son más amenas, y cuando el horror corrompe la felicidad, el resultado es mil veces más visceral. Es curioso cómo una película tan expresiva puede acercarse tanto a la realidad. Entre los sueños con zombies y la comedia, ese vaivén de emociones se siente más próximo a la vida misma, donde lo que sentimos no viene empaquetado por géneros y lo gracioso y lo aterrador pueden estar ocurriendo de manera simultánea. Sin embargo, el cine agrega un factor más a la ecuación de lo trágico: la fatalidad, es decir, aquello que es inevitable, prácticamente marcado por el destino. La muerte se asoma en cada rincón del filme tanto simbólica como explícitamente. En más de una ocasión Jack insiste a David en la solución del suicidio, señalándola como la única salida. También hay signos de muerte en las pesadillas de David, donde es perseguido por licántropos nazis, ya de regreso en su hogar, en norteamerica. Esto lo vemos muy bien en una escena donde los soldados lobo masacran a toda su familia, quienes se preparaban para una tranquila cena.

En ningún momento se nos oculta el destino del protagonista, los fantasmas y los sueños nos repiten lo inevitable: David se convertirá en un hombre lobo, y no hay nada que él o la audiencia puedan hacer para escapar de ese destino. No nos queda más que disfrutar con David de sus verdaderos momentos de felicidad, porque eso es la vida, las cosas terribles y las maravillosas entremezcladas en una historia que tarde o temprano encuentra su fin.

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