En una entrevista, el director Wim Wenders comparte que una de las inspiraciones detrás de Perfect Days (2023) fue el mundo durante y post covid. Mientras las medidas tomadas durante la pandemia demostraron que podíamos vivir un estilo de vida distinto, más tranquilo y acorde a las necesidades del momento, al finalizar el estado de alerta en lugar de construir un mundo mejor a partir de las lecciones aprendidas, regresamos a la sociedad como la conocíamos. Pero, ¿qué es lo que nos detiene a mantener un estilo de vida más contemplativo?
El protagonista, el señor Hirayama, trabaja como conserje en The Tokyo Toilet, una serie de baños públicos con diseños innovadores. A pesar de que a lo largo de la película distintos personajes muestran escepticismo ante su forma de actuar (“¿en serio trabajas limpiando baños?” le llegan a preguntar), Hirayama nunca se muestra molesto o avergonzado: él trabaja dedicadamente, cuidando todos los aspectos de su labor.
Esta atención al detalle se muestra a lo largo de todo su día, pues posee una habilidad para hacer del tiempo algo completamente suyo. A través de pequeños hábitos (que todos podríamos incorporar o adaptar a nuestras necesidades), el tráfico, la hora del almuerzo, los inconvenientes en el trabajo, las noches y, en general, sus minutos, son especiales.
Uno de los escenarios recurrentes en Perfect Days es el baño público, pero no son cualquier tipo de baños, son una propuesta arquitectónica llamada Tokyo Toilet Project. Este proyecto une las propuestas de arquitectos reconocidos y busca ser un símbolo de la cultura de hospitalidad en Japón. Las instalaciones no son sólo altamente funcionales, gratuitas y pulcras, sino que los diseñadores convirtieron a estos elementos cotidianos (baños públicos) en algo profundamente bello. Visualmente, el Tokyo Toilet Project es una metáfora ideal del sentido de la vida y cómo la perspectiva influye en la manera de experimentar algo cotidiano.
Cinematográficamente, Wenders genera espacios a través del silencio: estando en soledad o en compañía, Hirayama es de pocas palabras. Aquello que escuchamos (y que apreciamos a través de planos contemplativos) es la música que lo ha acompañado desde hace años en formato de cassette, el sonido de las hojas de los árboles al moverse con el viento y las personas que necesitan de un confidente.
Una de las grandes promesas del sistema es que la libertad se ve de una sola manera: una casa amplia, un trabajo exigente, viajes, ropa. Se confunde a la libertad con la libertad de consumo. El señor Hirayama es libre en tanto que dispone de su tiempo por completo, a pesar de que el precio a pagar sea vivir una vida que ni sus seres queridos comprenden. Más allá de lo que adquiere (productos de primera necesidad y artículos que satisfacen sus pasatiempos, como libros de segunda mano y film para su cámara), es el tiempo que invierte en utilizar estos objetos lo que le da libertad. ¿Significa esto una moraleja budista? Probablemente sí. Más que una crítica al sistema y el cómo nos empuja al consumo o la precariedad, Wenders nos muestra otro tipo de resistencia: la vida contemplativa.
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por Shantal Abrego