Muerte por COVID: un trámite largo y difícil para las familias

A lo largo de la pandemia, miles de familias mexicanas, como la de Refugio y Ángeles, se han enfrentado a las dificultades burocráticas y emocionales que implica el perder a un ser querido por COVID-19.

Refugio tenía 72 años cuando falleció a causa de COVID-19; un día antes de su deceso esperaba ser atendida por un especialista en nefrología para seguir su tratamiento por un problema renal, pero no le fue posible.

Al inicio del 2021 recibió a una persona enferma en su domicilio y, aunque mantenía todas las medidas de prevención para evitarlo, se contagió. A partir de que su prueba salió positiva comenzó una estresante travesía para la familia: desde conseguir atención hospitalaria, hasta el ‘peregrinar’ para encontrar una funeraria que les brindara el servicio de inhumación. 

Lo que vino después fue un duelo abrupto, marcado por una serie de emociones inexpresables, pues jamás imaginaron que la última vez que verían a su familiar sería el día que ingresó al hospital.

En Querétaro, del 11 de marzo de 2020, cuando se registró el primer caso de coronavirus, a la fecha, 46 mil 280 personas se han contagiado y 3 mil 74 han fallecido. Detrás de esas cifras hay miles de historias como la de Refugio; madres, hermanas, hijas que perdieron la vida, en ocasiones por el descuido de alguien más.

Una historia de Tolimán

Como muchas personas de la demarcación, Refugio no salía de su casa en Tolimán y aplicaba todas las medidas de prevención necesarias para evitar contagiarse. Tomando en cuenta que tenía hipertensión y problemas renales, pertenecía a la parte de la población más vulnerable ante la enfermedad.

Sin embargo, tras recibir una visita, el 4 de enero comenzó a sentirse mal, se hizo una prueba diagnóstica PCR y salió positiva a COVID-19. A los tres días fue necesario trasladarla a un hospital, y el más cercano era el Hospital General de San Juan del Río.

Ahí comenzó el viacrucis familiar, pues el tiempo de espera para atención fue de casi tres horas. Ante la saturación de los hospitales y el cansancio de quienes alguna vez fueron sus compañeros de trabajo, Ma. de los Ángeles Hernández Morán, enfermera e hija de Refugio, tomó la decisión, junto con sus hermanos, de vigilar a su mamá en casa, revisando su oxigenación.

Para Ángeles, esos fueron los días más difíciles de su vida, pues el 9 de enero la situación de su mamá había empeorado. Buscó espacio en el Hospital General de Querétaro, en la Unidad Médica de Aislamiento COVID-19 y en el IMSS, pero todos los nosocomios estaban llenos, por lo que volvió al General de San Juan del Río donde al llegar fue internada inmediatamente.

Esa fue la última vez que vio físicamente a su mamá, las siguientes ocasiones sería a través de videollamadas en las que Refugio no podía evitar mostrar su angustia y estrés emocional. Así vivió sus últimos nueve días.

«Ellos como pacientes están solos, nada más con la atención de los médicos y las enfermeras, pero a través de las videollamadas la pude ir viendo. Cuando tenía la oportunidad, me externaba que necesitaba agua o necesitaba algo personal. Incluso me llegó a pedir un cobertor y ya la última vez que logramos hablar me decía que la sacara, estaba angustiada», recuerda su hija.

A pesar de lo difícil que es enfrentar una situación así para las familias, Ángeles también reconoce lo complicado que ha sido para el personal de salud enfrentar el cansancio tanto físico como emocional que ha provocado un escenario para el que nadie estaba preparado.

«El personal de salud está haciendo lo humanamente posible para poder atender. Al final la pandemia ya rebasó, hay más gente que se está contagiando. Y si a eso le agregamos que son los mismos los que están trabajando desde marzo del año pasado que empezó la pandemia, pues es un personal que está agotado», cuenta.

Antes de fallecer, Refugio requería atención de un especialista en nefrología, a Ángeles le dijeron que se la brindarían, no obstante esta se retrasó; ella propuso llevar al especialista que ya atendía a su madre, pero la solicitud de permiso llegó tarde. El 20 de enero le notificaron que su mamá había fallecido.

Ese día, la primera llamada la recibió a las 10:00 horas, le informaron que Refugio estaba grave y debía esperar lo peor. A las 14:00 horas le dijeron que había tenido un paro respiratorio y estaban intentando reanimarla; a las 14:20 horas fue la última llamada, le avisaron que su mamá ya había muerto. Ángeles se desmayó con la noticia.

Otro viacrucis: la búsqueda de funeraria y la obtención del acta de defunción

Debido al aumento de casos y muertes por la enfermedad, el pasado 11 de enero el Comité Técnico de Salud del estado autorizó la inhumación de cadáveres de personas fallecidas por COVID-19 en un plazo de 48 horas posteriores al fallecimiento.

Al morir su mamá, Ángeles fue notificada sobre el proceso a seguir; tenía dos opciones: incinerar el cuerpo y esperar de 10 a 12 días para recibir las cenizas, o enterrarla, pero para ello debía apresurarse. Junto con sus hermanos buscó varias funerarias, en todas la lista de espera era mayor a 10 días. Por suerte, en medio de tanto dolor, encontraron a una que les apoyaría con el traslado del cuerpo de San Juan del Río a Tolimán.

«Tanto las funerarias que maneja gobierno del estado para estos fallecimientos como las particulares, están saturadas. Decidí, junto con mis hermanos, que mejor nos la llevábamos; entonces se inicia el trámite para poder trasladar su cuerpo. Los pacientes que mueren de COVID llevan una preparación especial que el personal de salud les da, y nosotros ya no tenemos contacto con ellos. Me dieron los requisitos y empezó ahí mi peregrinar, de por sí traes un dolor muy grande que no puedes asimilar, a eso le agregas una serie de trámites necesarios para poder sacar el cuerpo de tu paciente», relata.

Una vez conseguida la funeraria, a las 21:00 horas acudió al registro civil de San Juan del Río asignado para atender a familiares de víctimas COVID, ahí se topó con otros obstáculos, entre ellos que el trámite de traslado debía realizarlo la funeraria. A las 23:00 horas, la persona encargada del registro civil le avisó que iría a cenar y volvía más tarde. Eran las 2:00 horas del 21 de enero y aún no tenía permiso ni acta de defunción. El tiempo se estaba acabando.

«Yo sí me molesté mucho, les dije: tenemos un cuerpo que trasladar, traemos un dolor muy grande y ustedes todavía se dan el lujo de hacer esperar a las personas. No es lo mismo obtener un acta de defunción que un acta de nacimiento, falta un poco de empatía en el personal. La gente va confiada y te enfrentas a una realidad diferente. Ya no solo es el problema de sacar a tu paciente, te enfrentas a una serie de trámites administrativos que, en lo personal, creo, deberían ser más ágiles y más empáticos con nosotros como familiares».

Entierro y duelo distintos

Con permiso y acta de defunción en mano, vestido con botas, guantes, cubrebocas, gafas, careta, bata y demás equipo de protección, el hermano de Ángeles identificó el cuerpo de su madre. Esa fue la última vez que él la vio, el último recuerdo de su mamá.

Una vez reconocido, el cuerpo fue preparado y depositado en un ataúd que fue sellado y no se volvió a abrir. No hubo velorio, por lo que el duelo para la familia fue distinto a lo esperado. El traslado de San Juan del Río a Tolimán duró aproximadamente una hora, y al llegar al panteón ya les esperaban Protección Civil municipal y policías, dependencias encargadas de verificar que el cuerpo fuera enterrado inmediatamente.

Tanto el personal de la funeraria como del panteón vestía con ese equipo especial que ya no resulta raro ver en los hospitales que atienden a pacientes contagiados, ese equipo que asfixia al personal de salud pero que les da una mínima certeza de que no enfermarán al atender a la población.

«Todo fue muy rápido, legalmente el cuerpo tenía solo 48 horas para poder estar así. Es un dolor muy grande para la familia porque no te puedes dar el derecho de hacer un funeral normal, una despedida normal, vivir un duelo. El no poder despedirte del cuerpo de tu ser querido porque las medidas así lo marcan, precisamente por la pandemia», comenta Ángeles con la voz entrecortada.

El estrés emocional persiste en la familia aún varios días después de la muerte de Refugio. Para Ángeles, recibir un cuerpo o las cenizas de un ser querido que no la libró en el hospital es un hecho traumático.

El cansancio físico y emocional del personal de salud

Cuando se confirmó el primer caso de COVID-19 en Querétaro, en marzo del año pasado, Ángeles trabajaba en el turno especial del Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer, mismo que empezaba a prepararse para la pandemia.

A raíz de ello, y ante la creciente preocupación del personal de salud por su seguridad en el trabajo, Ángeles, en conjunto con otras personas, encabezó un movimiento a través del cual interpusieron 120 amparos para solicitar que se les dotara de insumos para enfrentar la pandemia.

Con los amparos interpuestos por trabajadores de los hospitales General de Querétaro, del Niño y la Mujer y General de San Juan del Río, el personal recibió equipo de protección y se implementó un cerco sanitario en los hospitales. Ángeles afirma que esta situación fue la que motivó a que la dieran de baja del sector salud luego de 18 años de trabajo; la versión de la Secretaría de Salud es que fue por cuestiones laborales.

«Éramos seis personas a las cuales nos estaban dando este acoso laboral, que fue a quienes identificaron que éramos los que iniciamos los amparos. Tres de mis compañeros se ampararon por enfermedad y se les autorizó un confinamiento, entonces a ellos no los pudieron rescindir», recuerda.

Pese a esto, no es desconocida la situación que enfrentan sus compañeros y compañeras, quienes han trabajado de manera continua toda la pandemia. Ángeles ha vivido en carne propia el dolor que les ocasiona ver entrar y salir a las personas, algunas de pie, otras más en un féretro, así como el temor de enfermar y el desconsuelo de ver partir, también, a sus amigos y amigas de batalla.

Por lo anterior, Ángeles pide a la sociedad resguardarse en casa, ser sensible y tener empatía con el personal de salud.

«Ellos emocionalmente ya están cansados y físicamente también. En el caso de un paciente de COVID te das cuenta cómo el paciente se va deteriorando, pero la experiencia de mis compañeros es muy difícil, ir viendo cómo el paciente se va apagando poco a poco, y si a eso le agregas que no puedan despedirse de los familiares pues sí es un dolor grande», concluye.

Las cifras en Querétaro

De marzo del 2020 a la fecha, se han contagiado 46 mil 280 personas y han fallecido 3 mil 74. Tan solo el 29 de enero se confirmaron 865 nuevos contagios, la cifra más alta desde el inicio de la pandemia. Actualmente hay 453 personas hospitalizadas, de las cuales 131 están graves; hay 33 personas en la Unidad Médica de Aislamiento COVID-19, y mil 682 personas contagiadas con manejo domiciliario.

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