Las mujeres, fuerza de los Estados Unidos

La llegada de Kamala Harris a la vicepresidencia de la Unión Americana nos obliga a recordar a las mujeres que, desde sus diferentes disciplinas, sentaron precedentes en la consolidación del poder femenino en ese país.

Como todo el universo patriarcal, Estados Unidos es un país en donde la gloria la ha acaparado el género masculino. Nuestra imagen del americano promedio oscila entre un hombre de mediana edad, obeso, fiel retrato de Homero Simpson; un jugador de futbol americano y quizá, un político republicano, o demócrata: Nixon o Kennedy; o Neil Armstrong, izando la bandera sobre la luna, o Michael Jordan o Kanye West o hasta el depredador de Woody Allen. Hombres, hombres, hombres. Testosterona con olor a queso fundido y carne de res. Competencia, guerra, crueldad. Imperio Romano contemporáneo.

Sería sin embargo injusto dejar de señalar que la ‘tierra de las oportunidades’ es quizá uno de los pocos países en el planeta en donde las personas de género femenino han conseguido acaparar posiciones destacadas con base en su propio esfuerzo y dedicación. La toma de posesión de Kamala Harris como primera vicepresidenta en la historia de ese país es un claro indicador en este sentido. No obstante, el de Harris no es un caso aislado.

Desde que los puritanos establecieron sus colonias en Nueva Inglaterra y Virginia, o incluso antes de la llegada de los europeos, cuando las naciones originarias aún tenían soberanía sobre el territorio, hubo mujeres que destacaron dentro de sus comunidades. Un ejemplo de esta situación lo constituye Anne Hutchinson, una predicadora puritana que, contraviniendo incluso a San Pablo, quien recomendaba a las mujeres bajar la cabeza, tomó la batuta de una congregación en lo que hoy es el estado de Rhode Island. Al modo de Juana de Arco, sus fuertes convicciones la enemistaron con las autoridades de su colonia, por lo que fue desterrada junto a sus hijos.

El destierro, sin embargo, no mermó la voluntad de Hutchinson, quien se instaló en lo que entonces era el territorio de Nueva Ámsterdam (actual ciudad de Nueva York), un enclave pantanoso donde los piratas holandeses embarcaban pieles y otros bienes que intercambiaban con los nativos con destino al Viejo Mundo. En estos embarcaderos, entre marinos alcoholizados y soldados abatidos por la malaria, Hutchinson mantuvo su predicación hasta su muerte en 1643.

Más o menos por la misma época, 300 kilómetros al norte, en Massachussets, el poder patriarcal comenzó a sentir terror ante la autonomía mostrada por algunas esclavas africanas y también por las jovencitas blancas, quienes se rebelaban contra sus padres e intentaban, como sugeriría Cyndi Lauper tres siglos después, conseguir un poco de diversión. Para estas chicas y para sus esclavas negras, la cosa no terminó nada bien. La aldea de Salem se convirtió en epicentro de una de las carnicerías misóginas más brutales del continente americano. Un total de catorce mujeres perdieron la vida acusadas de practicar brujería.

Hoy, sin embargo, su memoria permanece viva en Salem y en Massachussets. Mientras los de sus perseguidores quedan poco a poco oscurecidos por la historia, nombres como Mary Walcott, o Tituba, la esclava negra de Abigail Williams, aún persisten en el imaginario colectivo de los estadounidenses y sus ejecuciones son una oda a la injusticia. Pero no fueron vencidas y de eso dan testimonio los dos siglos posteriores.

Tras la independencia en 1783, el país se convirtió en epicentro de uno de los mayores movimientos migratorios que ha experimentado la humanidad. Esto permitió a Estados Unidos desarrollar una gran diversidad étnica, racial y cultural. También significó el desarrollo de importantes centros industriales que por lo general asociamos a los hombres. Y sí, es verdad que en el mejor momento de la era industrial, gran parte de los trabajadores del acero en Pittsburgh y Cleveland eran robustos polacos con el abdomen marcado y bigote pelirrojo bien tupido, pero el movimiento obrero, que alcanzó su momento cumbre con la masacre de Chicago en 1886, tuvo también muchas voceras, siendo Emma Goldman la más destacada.

Nacida en un asentamiento judío dentro de lo que entonces era el Imperio Ruso, Goldman emigró a Estados Unidos y se convirtió en una de las mayores voceras del movimiento anarquista, así como de la lucha obrera. En una época en que a las mujeres aún se les limitaba el acceso a la universidad, Goldman no solo escribió, sino que publicó numerosos ensayos donde tocó temas como la desigualdad social, la emancipación de los obreros y la emancipación de las mujeres, fueran obreras o no.

En el mismo sentido podemos citar a Lucy Stone, quien en 1870 publicó el primer periódico editado exclusivamente por mujeres no solo en Estados Unidos, sino en todo el hemisferio occidental. Esa publicación, que llevaba por título Woman’s Journal, fue la base de lo que después sería el movimiento sufragista de los Estados Unidos.

En los planos cultural y religioso, las mujeres no se quedaron atrás y llegaron también a detentar posiciones de poder. En el contexto de los ‘avivamientos’ producidos en el cristianismo evangélico a inicios del siglo XIX, varias mujeres fundaron sus propias congregaciones, las cuales eventualmente se convertirían en iglesias con millones de fieles en todo el mundo. Una de estas mujeres fue Ellen G. White, quien aseguró tener visiones de Jesús que después la conducirían a fundar la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Otra fue Mary Baker Eddy, quien fundó en Boston la ciencia cristiana.

En literatura, el XIX fue el siglo de Emily Dickinson, la gran poeta de Nueva Inglaterra y quien, pese a su vida reclusa, cambió para siempre el panorama de la poesía estadounidense. Ya en el siglo XX, Dorothy Parker mostró su talento como narradora de relatos breves. Bajo una figura de flapper que cautivaba a quienes la conocían, Parker demostró que como mujer no solo podía escribir muy bien, sino que además podía hacerlo con humor. En sus cuentos hay interminables referencias a las dificultades que enfrentaban las mujeres estadounidenses dentro de una sociedad machista.

Las décadas siguientes ratificarían a la narrativa breve estadounidense como un territorio fundamentalmente femenino. Tres poderosas autoras, todas del sur, redefinieron con su talento y trabajo duro lo que significaba escribir cuento en inglés. La primera: Eudora Welty, una sencilla mujer de Mississippi a la que su talento le permitió recorrer muchos países sin perder por ello su mirada provinciana y oscura, alimentada de los pantanos que rodean Jackson. La segunda es Carson McCullers, una joven prodigio de Georgia que a los 23 años ya había publicado una de las novelas más destacadas del gótico sureño. La tercera, la poderosa Flannery O’Connor, santa patrona de los freaks.

Como la mayoría de sus colegas masculinos, McCullers era muy aficionada a la bebida. Fue eso lo que la mató eventualmente con solo cincuenta años de edad. Para entonces, sin embargo, llevaba casi la mitad de su vida viviendo con la mitad del cuerpo paralizado, consecuencia también de su abuso etílico. Como Welty, McCullers pudo viajar a Europa y osciló gran parte de su vida adulta entre este continente y Nueva York, sin que esa vida cosmopolita, quizá muy a su pesar, mermara su profundo espíritu sureño.

Por el contrario, Flannery O’Connor vivió la mayor parte de su vida recluida en la granja que construyeron sus padres en Andalusia, Georgia. Aquejada por un lupus terminal que la martirizó durante casi una década, O’Connor encontró refugio en la literatura y el catolicismo. Después de atender misa y rezar el rosario cada mañana, esta autora georgiana dedicaba el resto de su jornada a leer y escribir poderosas historias en las que recreaba a criaturas marginales que eventualmente serían tocadas por la gracia de Dios ya fuera para aceptarlas o rechazarlas y hundirlas en una espiral de dolor.

Esta escuela literaria sentó las bases de lo que después haría Lucía Berlin, la mayor exponente femenina del ‘realismo sucio’ y quien alternaba la escritura de sus cuentos con la crianza de sus hijos y su trabajo como empleada doméstica en hoteles. Como McCullers, Berlin tuvo una vida difícil fuertemente marcada por la bebida y el consumo de otras sustancias. Más serena, pero igualmente perturbadora resultó Joyce Carol Oates, quien hasta el momento ha publicado más de cien novelas, ensayos y colecciones de cuentos.

Fuera de la literatura, el siglo XX permitió a muchas mujeres estadounidenses empoderarse a partir de un elemento al que no siempre se le ha dado el valor que merece: el capital erótico. Así, la Segunda Guerra Mundial abrió paso a las pin-ups, mujeres hiperfemeninas que llevaban al extremo los estereotipos sexistas de los años 50. Aunque han recibido muchas críticas por esta razón, el hecho es que muchas mujeres se convirtieron en íconos visuales gracias a esta apropiación. El caso más destacado es quizá Norma Jeane Mortenson, mejor conocida como Marilyn Monroe, y una de las actrices más destacadas en la historia de Hollywood.

Marilyn Monroe, quien nació en una familia de clase trabajadora y terminó convirtiéndose en amante del presidente John F. Kennedy, se transformó en un modelo a seguir para millones de mujeres jóvenes en los Estados Unidos. Bajo su figura se consolidó la imagen de la ‘diva’ como una mujer muy hermosa que impone tendencias y se convierte en un referente cultural. Después de Marilyn Monroe, ya no hubo marcha atrás y el glamour, que inicialmente era un espacio para la mirada masculina, cobró vida propia dando a las divas el estatus de diosas.

Así, en los ochenta vemos el apogeo de Madonna, quien recupera la iconografía católica de su niñez y la resignifica en un interminable orgasmo de glamour; a Cyndi Lauper, quien da voz a la rebelión juvenil del extrarradio neoyorkino o a Debbie, quien dio voz a la banda Blondie. De aquí parte la genealogía que posteriormente nos daría a Britney Spears, Christina Aguilera y Lady Gaga, pero esta es la mitad la historia, la mitad blanca.

Los movimientos de los derechos civiles dieron voz a lo largo del siglo XX a las personas de color. En la música y específicamente en la música de las mujeres, esto queda patente desde los años veinte, cuando la cantante Bessie Smith impuso su estilo en el blues. Gracias a Bessie Smith tenemos a Eartha Kitt, Aretha Franklin y una gran cantidad de mujeres cuyo trabajo desembocó en el surgimiento de Nicki Minaj y Cardi B.

Tenemos entonces que, sin dejar de ser un reducto patriarcal, Estados Unidos es un país en el que las mujeres han podido crear, triunfar y desarrollarse. Eso sí, siempre con mucho dolor de por medio. Son estas luchas, y otras más invisibilizadas como las de las obreras, amas de casa, enfermeras y educadoras, las que abren paso a la posibilidad de que un día sea redundante celebrar una mujer en la vicepresidencia o en la lista de los premios Nobel o en las universidades. Dios es mujer, dicen algunas personas y el futuro también.

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