Como en su momento lo fue el proyecto de vacaciones dignas, la propuesta de disminuir la jornada laboral en México se ha visto rodeada por la polémica; y ha generado opiniones dividas entre aquellos que perciben la medida como una forma de ofrecer mejores condiciones de vida a los trabajadores, y aquellos que consideran que este cambio iría en detrimento de la competitividad económica del país.
Lo cierto es que la discusión sobre el tema eventualmente será inaplazable, sobre todo, por las nuevas dinámicas laborales de las nuevas generaciones, las cuales buscan mejores condiciones de empleo que se complementen con otros aspectos de su vida.
Sobre todo, porque México es el país en el que sus ciudadanos trabajan más horas por año a nivel mundial. De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los mexicanos trabajan 2 mil 226 horas en promedio al año, la cantidad más alta entre los países pertenecientes a dicha organización. En el otro lado del espectro se encuentra Dinamarca, con mil 380 horas, casi la mitad que los trabajadores de nuestro país. A nivel Latinoamérica, las cosas no son muy distintas, la república mexicana también es de las naciones con los números más altos, tan solo por detrás de Colombia, que ostenta el primer lugar con 2 mil 405 horas.
Esta dinámica laboral supone un verdadero reto para la calidad de vida, sobre todo, si se toman en cuenta otros factores, como el tiempo que le toma al trabajador trasladarse a su punto de trabajo, y aquellos que, para ganar un poco más, recurren a las horas extras en su empleo.
Tomemos, por ejemplo, una persona que radica en el Estado de México y que viaja diariamente a la Ciudad de México para laborar. El trayecto le puede tomar dos horas de ida y dos de regreso, lo que sumaría 4 horas a su hipotética jornada de 8 horas; sumemos una hora por el tiempo que toma esta persona para alistarse (bañarse, acomodar su ropa, desayunar) y salir rumbo a su empleo, y también agreguemos una hora extra, para obtener un poco más de ingreso.
En total, esta persona habrá dedicado 14 de las 24 horas de su día, dejando 2 horas para el ocio, pasar tiempo en familia o ejercitarse, y 8 horas para dormir. Si la persona hiciera más horas extras o destinará más tiempo en trasladarse, prácticamente solo tendría tiempo para llegar a dormir. Casos que, lamentablemente, sí ocurren en la realidad mexicana.
Es evidente que la calidad de vida frente a estas dinámicas está sumamente disminuida, y aunque la disminución de la jornada laboral no terminaría por solucionar las condiciones en las que se desempeñan estos perfiles, sí significaría una mejora.
Nuevas generaciones, nuevas demandas
Lo cierto es que los cambios lucen inaplazables y es probable que se concreten en el corto plazo, las condiciones del mercado laboral así lo demandan: en los últimos años, el sector empresarial ha tenido que enfrentar la escasez de mano laboral y la alta rotación de empleados. De acuerdo con datos del Imco, el 75% de las empresas afiliadas a Coparmex consideran que su problema principal está en la dificultad para cubrir vacantes, la escasez de trabajadores calificados o la rotación de personal.
Las causas de este escenario no están directamente ligadas a la insuficiencia de personas en edad de trabajar, sino a la falta de personas interesadas en trabajar en estos puestos. Y es que las condiciones laborales son poco atractivas para las nuevas generaciones: salarios bajos, poca flexibilidad laboral, y ausencia de permisos paternales o apoyos para cuidados infantiles desincentivan la participación en el mercado laboral.
Es decir, para muchos jóvenes es preferible permanecer desempleados que aceptar condiciones laborales que consideran injustas, y muchos pueden permitirse tomar esta decisión porque cuentan con el respaldo de sus familias, generalmente de sus padres, y no cuentan con compromisos inmediatos, como la deuda de una casa o hijos, que les obliguen a buscar una fuente de empleo de manera más apremiante.
Además, las malas condiciones laborales hacen que haya un desapego hacia el trabajo. Es decir, las personas no temen perder su trabajo, pues no perciben beneficios distintos a cualquier otro trabajo del mismo rango. Tomemos como ejemplo el sector restaurantero, que actualmente enfrenta niveles de rotación de personal preocupantes; es evidente que un mesero no encontrará diferencias entre uno u otro restaurante cuando las condiciones laborales son similares: un sueldo base bajo que debe complementarse, de manera mayoritaria, con las propinas de los clientes.
¿Qué podría impedir que este mesero cambie de trabajo a algunas semanas o meses? Nada. ¿Cómo podría un mesero sentirse preocupado de perder su empleo o querer hacer carrera cuando las condiciones laborales son pésimas?
La realidad es que se llegará a un punto de inflexión en el que estas condiciones deberán cambiar obligadas por el mismo mercado laboral, y la reducción de la jornada de trabajo será uno de los cambios que, se percibe, sucederán en el corto plazo.
El otro lado del espectro
Disminuir la jornada laboral tendrá, ineludiblemente, un impacto en los márgenes de ganancia de las empresas, y, por ende, será un factor que analizarán los dueños del capital.
Tomemos como ejemplo el fenómeno del ‘nearshoring’, que ha beneficiado al país en los últimos meses con la llegada de capital extranjero con el objetivo de relocalizar sus procesos de producción. Sin duda, uno de los incentivos para la llegada de este capital ha sido la mano de obra barata.
La mano de obra barata se sustenta en jornadas laborales extendidas, pues los trabajadores, para poder cubrir sus necesidades, deben destinar más horas de trabajo a fin de hacerse de los recursos suficientes. Es evidente que una jornada laboral reducida se traduciría en una mano de obra más cara y un menor incentivo entre las empresas para instalarse aquí.
Los empresarios tienen como opción disminuir sus márgenes de ganancia o idear otros escenarios que les permitan mantener sus dividendos. Por ejemplo, reducir los horarios en los que prestan sus servicios, y entonces tendríamos comercios, hipotéticamente, cerrando a las 5 de la tarde, en lugar de las 8, 10 o 12 de la noche, como actualmente sucede.
Otra estrategia que podrían adoptar las empresas sería la automatización de sus procesos, ya sea de manera parcial o total, sin embargo, no todos los negocios podrían permitirse esta estrategia. Mientras la automatización se percibe como un camino ineludible para la industria de la manufactura, no es tan clara su implementación en el sector restaurantero, donde el factor humano sigue siendo un factor de valor para el consumidor, sobre todo cuando conceptos como lo tradicional y artesanal son, todavía, altamente apreciados.
El Estado como ente regulador
Como se ve, el escenario es complicado, y para que exista un balance será necesaria una regulación y una presencia más activa del Estado, pues, la toma de decisiones sin un análisis a largo plazo podrían implicar el colapso de la economía. Por ejemplo, la completa automatización de los proceso crearía desempleo, y personas desempleadas no pueden convertirse en consumidoras. ¿A quién venderá una empresa con sus procesos automatizados si no hay consumidores?
Cierto es que este sería un escenario extremo, sin embargo, factible. En el otro lado del espectro, está el hecho que una empresa grande podrá amortiguar de mejor manera la reducción de las jornadas laborales, pero será un reto de supervivencia para las empresas más pequeñas, y las Pymes son el sustento de nuestra economía.
Un Estado regulador que encuentre mecanismos para garantizar condiciones justas para todos los participantes es, y debe ser, forzoso.
por Raúl Mendoza