Violencia estética, más allá de la superficialidad

Hilma af Kint Foundation

Tenía ocho años cuando mi hermano me regaló un top púrpura a rayas, de tela elástica, que estrené de inmediato; en unos minutos ya me encontraba ante mis familiares mostrando el inesperado obsequio. Me duró poco el gusto, hasta que uno de mis primos mayores comenzó a reírse al mismo tiempo que me preguntaba qué había comido y que le explicara de dónde había salido mi “panzota”. Al instante comencé a llorar y por supuesto, poco después mi primo fue obligado a disculparse, pero nunca volví a usar la colorida blusita.

 

A lo largo de nuestra vida todas las personas tenemos historias similares a esta, que recordamos como un catalizador de nuestras más profundas inseguridades; sin embargo, en el caso de las mujeres estos episodios suelen ser más constantes y parte de un sistema que asigna a la apariencia física un valor preponderante.

 

A nivel nacional, por cada hombre con un Trastorno de Conducta Alimentaria, hay hasta diez mujeres que también lo padecen. El 25% de los adolescentes del país cuentan con alguno de estos trastornos, como la bulimia o la anorexia.

 

La presión para cumplir con los cánones de belleza y las consecuencias de no hacerlo, forman parte de un tipo de violencia, denominada violencia estética. Este tipo de agresiones, a diferencia de las físicas, sexuales o incluso económicas, son muy difíciles de reconocer, pues se encuentran profundamente internalizadas, tanto en hombres como en mujeres.

 

La especialista en psicología con perspectiva de género, Paola Pérez Ramos, explica que la violencia estética, es “aquella que es ejercida de forma social, bajo un sistema de ideas que sostienen prácticas que impactan en la salud física y mental de las personas que la sufren”.

 

A diferencia de otros tipos de violencia que son más identificables o que podemos ver en un momento dado, los episodios de violencia estética se convierten en un proceso que se entrelaza con otros sistemas de opresión y discriminación; por ejemplo, el racismo y el capacitismo.

Advocating Against Ableism - Quest | Muscular Dystrophy Association

 

Este tipo de violencia “está muy ligada a los roles de género” y afecta especialmente a las mujeres; para quienes su aspecto físico es un factor determinante  en el grado de inclusión que obtendrán por parte de su entorno.

 

“Aprendemos que de verdad la belleza nos da mejores oportunidades porque así es. Ya vemos que en la violencia estética existen cosas desde temas de la contratación; oportunidades laborales, académicas, de pareja y de inclusión social. Todo a partir de nuestra apariencia física en mucho mayor medida que los hombres. Muchas veces no es consciente, pero sí hay un mensaje inconsciente que vamos aprendiendo”, detalló Pérez Ramos.

 

A partir de esta categorización surgen otras conversaciones como la gordofobia, “en donde las mujeres en un cuerpo gordo son violentadas toda su vida, todos los días”, o la que sufren las mujeres al envejecer. Estas dinámicas son cuantificables a través de las estadísticas de cirugías estéticas, de trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y el uso de productos que buscan revertir los signos de la edad; en donde hay una predominancia de mujeres.

 

La violencia estética tiene impacto a lo largo de toda la vida de las personas, sin embargo, existen edades en las que su impacto es mayor. Desde los seis años y hasta que concluye la adolescencia es el periodo de tiempo en el que se conforma la identidad, por ello las niñas y adolescentes son las más vulnerables a este tipo de violencia, afirma la psicóloga Paola Pérez.

 

Es imposible hablar sobre violencia estética sin referir el impacto que han tenido las redes sociales, para bien y para mal, dentro de este fenómeno. Ahora más que nunca las personas jóvenes tienen un acceso, prácticamente ilimitado, a información e imágenes que se pueden convertir en un catalizador de inseguridades al propiciar la comparación con estereotipos de belleza irreales.

 

Pero no todo es negativo, dentro de las diversas redes sociales también se han creado espacios para cuestionar prácticas cotidianas y comenzar a erradicar comportamientos que ataquen la apariencia física de las personas.

 

Este parece el mejor momento para introspectar y reflexionar sobre la relevancia que le otorgamos a nuestra apariencia, sanar nuestras heridas y evitar replicarlas en otros. No es que la vanidad y el cuidado de nuestra imagen sea algo negativo, pero es importante reconocer de dónde viene para reconstruir una sociedad en donde el valor de una mujer, o de cualquier persona, no dependa de su aspecto físico.

 

por Miriam Vega

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