La primera vez que escuché el término “terror social” tenía un Jack Daniel’s en la mano, era sábado por la noche y un sujeto que estaba a mi lado fumaba un gran porro. De fondo sonaba “Teenage Fantasy” de Jorja Smith y de repente se escuchó el estruendo de un cristal romperse dentro de la casa; un vato había estrellado su botella contra el muro porque simplemente quería pelea con no sé quién. Ale del Castillo me comentó que le “mamaba” Mariana, yo le dije que a mí también y de mi celular le enseñé una foto en la que aparece con unas gafas negras y posando como una rockstar: yo la amo, le reiteré.
Hablamos sobre los temas y prosa de Enríquez. Me contó sobre lo chingón que sería poder escribir cosas así de trascendentales y ominosas. Estuve de acuerdo en casi todo.
Lo cierto que Mariana sí escribe muy perrón, incomoda y por lo menos a mí, me volvió a sembrar la inquietud que ya había guardado para la próxima temporada: ¿con cuántos anómalos convivimos a diario? –así, con todo el prejuicio de la palabra les produzca– de esos que matan gente y con la carne hacen estofado, o de los que persiguen como sombra a otros hasta atormentarlos en sueños… Sin embargo, los que más perturban son aquellos que ya ni hacen nada por tirar el timón y darle un mejor rumbo a la vida, aquellos que miran desangrar al vecino y lo primero que se hace es grabarlo para después subirlo en algún sitio donde se pueda monetizar.
Mariana Enríquez, aparte de sexy es, para mí, la mejor escritora de terror social argentina viva. Todo el éxito bulla que ha tenido desde el año pasado es bien merecido y ganado a pulso.
Sí, léanla todita. Sí la recomiendo y sí, ojalá que no se hagan los ciegos cuando se vean reflejados en sus cuentos. Porque como dice tu abuelita: “más vale tenerle miedo a los vivos que a los muertos”.
Puedes acceder a un fragmento de “Nuestra parte de noche” de Mariana Enriquez mediante la página oficial de Anagrama. Lee las primeras veinte páginas aquí.
Mauricio Caudillo