Datos para entender la inseguridad alimentaria

La falta de alimentos a nivel mundial se ha acentuado en las últimas décadas y ha ocasionado lo que se conoce como inseguridad alimentaria.
Foto: World Bank Photo Collection

Desde hace décadas el problema de la falta de alimentos a nivel mundial se ha acentuado y ha ocasionado lo que se conoce como inseguridad alimentaria. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) define este concepto como aquella situación que se presenta cuando las personas carecen de acceso seguro a una cantidad de alimentos inocuos y nutritivos suficiente para el crecimiento y desarrollo normales, así como para llevar una vida activa y sana, lo anterior ya sea por cuestiones físicas, sociales o económicas.

En los últimos diez años la insuficiencia alimentaria se ha recrudecido porque, a la escasez de alimentos, se han sumado las consecuencias de la crisis económica de finales del 2008, las cuales mantienen, aún ahora, a más de mil millones de personas en el mundo malnutridas y con hambre crónica. Según el Reporte Global de Crisis Alimentaria 2017, el número de personas en el mundo en situación de inseguridad alimentaria fase 3 incrementó un 35 por ciento entre 2015 y 2016, al pasar de alrededor de 80 millones a 108 millones de personas en estas condiciones, cifra que resulta alarmante cuando se trata de hambre en los seres humanos y que les impide desarrollarse en todos los sentidos.

Las causas de la falta de alimentos han sido ampliamente discutidas. Está claro que, en términos generales, hay razones económicas, tanto por el lado de la demanda como de la oferta, así como razones bélicas, demográficas y naturales que la provocan. El aumento de la población y de los ingresos de países  con economías emergentes como China e India (que representan casi la mitad de la población mundial) han ocasionado en las últimas décadas un incremento en la demanda de alimentos, al tiempo que la producción de los mismos se ha visto afectada negativamente por fenómenos naturales. Entonces, ante un incremento en la demanda que no se ha podido satisfacer con la producción, el mundo ha tenido que enfrentar escasez de alimentos, así como incrementos en el precio de muchos de ellos.

La oferta de alimentos se ha visto disminuida por factores relacionados con la naturaleza; a nivel mundial, el fenómeno climatológico ‘El Niño’ causa diversos problemas. Por ejemplo, en el sureste asiático, gran productor de arroz, ocasiona que se incremente la presión atmosférica, que haya una baja formación de nubes y que llueva poco, mientras que, en América del Sur, ocurre lo contrario y ocasiona lluvias intensas, pérdidas en el sector pesquero y periodos de intensa humedad.

A dichas cuestiones se suman los conflictos bélicos. Tan solo en Yemen y en Siria, la guerra dejó el año pasado a más de 20 millones de personas con hambre. Países como Somalia viven hoy en día crisis alimentarias por razones bélicas y naturales con registros, hasta febrero de este año, de casi 3 millones de personas en riesgo alimentario severo; a una guerra civil interminable que inició a principios de la década de 1990 y que persiste hasta la actualidad, se suma una sequía (que ha ocasionado también un brote de cólera ante la falta de agua potable) catalogada ya como desastre nacional y un colapso macroeconómico que tienen, de acuerdo a la ONU, a más de tres millones de personas en riesgo. Situaciones como la de Somalia se repiten en Sudán del Sur y el noreste de Nigeria, así como en Yemen. Estos cuatro países están en riesgo de sufrir una hambruna en el corto plazo.

Derivado de lo anterior, desde hace más de una década se ha observado un incremento global en el costo de los alimentos. El índice de precios de los alimentos de la FAO es una medida de la variación mensual de los precios internacionales de una canasta de cinco productos alimenticios: carne, azúcar, productos lácteos, cereales y aceites vegetales. Además del incremento en la demanda de alimentos de los países emergentes y de la reducción de la producción por cuestiones naturales y bélicas (porque la estructura productiva también se ve afectada durante los conflictos), hay que añadir a las razones de estos incrementos en los precios, el aumento de los costos de la energía y la producción de biocombustibles. Tierras que antes eran utilizadas para la producción de alimentos hoy están sembradas de soya, de palma y de otros cultivos que son utilizados para la producción de biocombustibles. Asimismo, hectáreas de caña de azúcar y de maíz que antes eran destinados al consumo humano ahora son dedicados a la elaboración de estas fuentes de energía.

Por otra parte, el precio del petróleo impacta también en el costo de los alimentos por dos razones: primero porque el costo del transporte se eleva, y segundo por la estrecha relación que tienen los fertilizantes con los derivados del petróleo, como la urea y los fosfatos de amonio. Finalmente, a la escasez de alimentos y a la reducción de las reservas de los mismos hay que sumarle el interés de los especuladores, que abona a la inestabilidad de los mercados de alimentos y a sus precios.

Si bien es cierto que, por ejemplo, el incremento en los precios de los alimentos tiene un mayor impacto en los países de rentas bajas, su escasez tiene efectos negativos para todos. La ciencia económica nos ha enseñado que la dotación de recursos es distinta para los diferentes países y, mientras algunos tienen más recursos para la producción de arroz, otros tendrán más recursos para la producción de vinos. Esta diferencia es, de hecho, la que da origen al comercio internacional. Ningún país es capaz de producir todos los alimentos que consume; México, por ejemplo, importa alrededor del 45 por ciento de los alimentos que consume y, como a todo el mundo, nos afecta la escasez de los mismos.

En nuestro caso, se ha perdido la autosuficiencia alimentaria y dependemos del exterior incluso en productos estratégicos como el maíz. Más del 30 por ciento del maíz que consumimos es importado principalmente de Estados Unidos. Además del maíz, entre los alimentos que más importamos están la semilla de soya, el trigo, la leche y sus derivados y la semilla de canola.

Cabe aclarar que, en estos momentos, nuestro país mantiene cierto grado de incertidumbre debido a la renegociación del TLCAN, que se encuentra en progreso actualmente. Aunque México mantiene ventajas competitivas como principal exportador de algunos frutos (aguacate, guayaba, mango y hortalizas), persiste un riesgo latente en el caso de oleaginosas como arroz, lenteja, frijol y soya, de las cuales se importa hasta un 60 por ciento. 

En la producción agrícola parece que podría vislumbrarse un futuro más halagüeño en los próximos años. De acuerdo al reporte de Perspectivas Agrícolas 2015-2024 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el aumento de la productividad y la baja en el precio de los insumos conducirá a un incremento de la producción en el campo. No parece que ocurrirá lo mismo con respecto al precio de los derivados animales, ya que el mismo organismo pronostica un incremento en el precio de la carne y los lácteos como consecuencia del aumento en el consumo de proteínas de origen animal en relación con los almidones que están demandando los países con ingresos crecientes.

Los seres humanos tenemos derecho a alimentarnos con productos inocuos y nutritivos que nos permitan crecer y desarrollar todo nuestro potencial. Para que el mundo entero pueda tener acceso a alimentos a precios justos es importante que, por un lado, crezca el ingreso de las familias y que, por el otro, se promueva la producción de los mismos. Tratándose de alimentos, las estrategias para hacerlos accesibles deben venir por el lado del ingreso y de su disponibilidad, no de una reducción de la demanda.

Parecería que el problema de la insuficiencia alimentaria está fuera de nuestro control, empezando por las cuestiones naturales, pero no es así. Hoy más que nunca urge voltear a ver a la naturaleza que todos los días nos muestra señales de auxilio. Debemos intentar revertir los efectos de fenómenos como ‘El Niño’. Tenemos que lograr, sin contemplaciones, que los gobiernos, especialmente los de aquellos países que más contaminan, se comprometan a cumplir los acuerdos ecológicos. Tenemos también que volver los ojos al campo. Los países emergentes nos hemos volcado en lo sectores secundarios y terciarios, dejándole solo a unos cuantos la responsabilidad de producir alimentos en vez de implementar políticas que promuevan la tecnología y la innovación en el campo. Tenemos que impulsar políticas para que los agricultores encuentren beneficios en su sector.

No hay competencia en la industria de los alimentos; los oligopolios están en toda la cadena productiva, desde las semillas, fertilizantes y pesticidas hasta las grandes cadenas de distribución. El 47 por ciento de las semillas que se negocian en el mundo provienen de tres compañías transnacionales.

Lo anterior son ejemplos de acciones que están en manos de los seres humanos. Es cierto que son ideas que conllevan decisiones que son tomadas por personas que podrían estar fuera, muy lejos de nuestra esfera, pero como ciudadanos debemos presionar para que nuestros gobernantes piensen en ellas y las impulsen. Por lo pronto, estimado lector, empecemos usted y yo por convencernos y convencer a nuestros hijos de que, ante un problema tan complejo como este, hay que volver a las bases. En nuestro entorno más cercano lo básico es empezar por no desperdiciar los alimentos que tenemos. De acuerdo a la FAO, una tercera parte de los alimentos producidos para consumo humano, especialmente frutas y vegetales, son desperdiciados.

Hagámoslo ya, antes de se cumpla la profecía atribuida a los nativos americanos que anticipa que «solo después de que el último árbol haya sido cortado, solo después de que el último río haya sido envenenado, solo después de que el último pez haya sido pescado, solo entonces descubriremos que el dinero no se puede comer».

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