Mariana Lima Buendía, de apenas 27 años, acudió a casa de su madre, Irinea Buendía, el día que se decidió a dejar a su esposo, policía del Estado de México, con quien vivió una vida de violencia, vejaciones, golpes e insultos interminables. Su madre recuerda cómo, decidida, le dijo que esa misma tarde volvería a su casa e iniciaría acciones legales para alejar a su agresor de su vida. Ese fue el último día que la vio.
A la tarde siguiente, recibió una llamada del hombre, Julio César Hernández Ballinas, quien con cinismo le preguntó: “¿Suegra, a qué hora se fue Marianita ayer de su casa?”; a lo que ella respondió: “¿Para qué quieres saber?”. Irinea, sin embargo, comenzó a sentir el dolor en su corazón de que lo más terrible que pudiera haberse imaginado, había sucedido.
“Es que Marianita se colgó”, le dijo el policía a Irinea; a lo que ella respondió: “Ya la mataste, ¿verdad, hijo de la chingada?”.
Marianita y Hernández Badilla se casaron el 13 de diciembre de 2008 y desde entonces, la mujer sufrió una vida de violencia permanente, en la que además fue amenazada por su esposo con ser asesinada en varias ocasiones. “A la primera semana le puso su primera golpiza, una golpiza terrible. Cuando yo la vi ella estaba muy impactada, no podía creer lo que estaba viviendo, jamás pensó estar en una vida de violencia”, explica Irinea.
Por más que su familia intentó sacarla, el amor de Mariana fue tanto que una y otra vez se daban otra oportunidad. Sin embargo, el día que decidió firmemente dejarlo, fue el día en que él decidió que no sería así; la asesinó y, utilizando sus influencias, logró que decenas de burócratas definieran que la chica se colgó a sí misma pese a las numerosas pruebas en contra de la teoría policial.
“Llegó la forense y el ministerio público y no le vieron los golpes. En sus piernas tenía dos moretones, yo considero que la había violado. Nada de eso vio la médico forense cuando hizo la necropsia. A Julio César se le veía un rasguño en el brazo derecho. Una semana después de haber enterrado el cuerpo encontró en la cajonera en su ropa interior dos cartas póstumas como si una persona que se suicida va a escribir cartas que va a esconder en una cajonera”, explica.
Marianita quería ser abogada, estudió en la UNAM e hizo su servicio social. Sin embargo, la que tuvo que formarse en leyes fue su madre, que tras una década de lucha logró comprobar, con sus propios medios, con pruebas obtenidas por sí misma y su familia, que Mariana no se suicidó y que la versión oficial pasó por alto numerosas evidencias que apuntaban a un asesinato en razón de género.
“Cuando me salgo de la habitación y reviso la otra recámara y el baño, me doy cuenta que había hecho sus maletas para salir de ese lugar. Yo le preguntaba al ministerio público qué había hecho primero. Había manipulado todo el lugar de los hechos porque había tenido el tiempo suficiente para poderlo hacer y fue tan vil de decir que yo había llegado a manipularlo todo”, recuerda Irinea.
Mariana fue asesinada en 2010, en Chimalhuacán, Estado de México, cuando no existía la legislación de feminicidio ni de violencia de género, mucho menos la sentencia que hoy nos ocupa, la “Sentencia Mariana Lima Buendía de la Suprema Corte de la Nación” que, por un lado, reabrió la investigación y, con pruebas en mano, sentenció a 70 años de prisión al policía que hizo todo lo posible para esconder su crimen y que, como asegura Irinea, estuvo coludido con funcionarios de investigación.
por Mánelick Cruz Blanco