Según World Inequality Report 2022 la desigualdad en México ha escalado tanto que el 10 por ciento más rico gana 30 veces más que la mitad con menos recursos; o que 10 por ciento de la población gana tanto como el 80 por ciento.
Según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), nuestro país ocupa el lugar número 37 entre los 43 más desiguales, pues su coeficiente de Gini se encuentra en 45.5, prácticamente 10 puntos por debajo del promedio.
En este sentido, IMCO alerta de que este lugar que ocupa México significa que las desigualdades de ingresos que van asociadas al género, la raza, edad o ubicación geográfica podrían ser incluso peores y que, además, impacta en la percepción de la corrupción (que aumenta), en una baja inversión por parte de las personas económicamente activas y reduce la esperanza de vida.
Es decir, la desigualdad asfixia a los mexicanos en tres sentidos; primero directamente en el círculo vicioso de la corrupción; después, afecta en su ánimo por contribuir a la mejora social; y finalmente, en su tiempo estimado y calidad de vida.
Otros datos, además, reflejan que la movilidad social estanca las posibilidades de las personas de poder encontrar una mejor vida, pues según el Informe de Movilidad Social en México de 2019, realizado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, siete de cada 10 mexicanos en pobreza no podrán salir de ella, y solo tres por ciento de ellos podrán llegar a la cima de la pirámide, asentando aún más el ánimo asfixiante de las personas.
¿Qué se puede esperar de una población con poca esperanza de superar la desigualdad? ¿Cómo puede progresar una sociedad que no permite a nadie mejorar su calidad de vida (se necesitan 11 generaciones para superar la pobreza según la OCDE)? ¿Cómo puede la gente querer trabajar e invertir en su futuro si no hay incentivos reales?
A estos datos, se agrega que México es el país que más horas trabaja, según la OCDE, hasta mil 200 horas anuales por trabajador con, a partir de este año, 12 días de trabajo tras el primer año laborado. Tanto esta medida, como el aumento al salario mínimo, son políticas públicas que parecen querer paliar la desigualdad, y si son suficientes o no lo sabremos en unos años.
Sin embargo, este panorama desalentador para la clase trabajadora mexicana y para los menos favorecidos es síntoma de una forma de percibir el trabajo de los demás como algo poco valioso, de una falta de empatía que se ve con un sector empresarial que se niega a cambiar su forma de trabajar y, por su puesto, de una visión meritocrática falsa, en la que se ha convencido a la gente que la única forma de salir del hoyo es con el esfuerzo, cuando significa mucho más: se debe cambiar toda nuestra visión del trabajo digno.
Por Mánelick Cruz