El tiempo, lo único que prevalece

Una de las cosas más emocionantes de formar parte de la especie humana es la capacidad de acumular conocimiento. No sólo aprender y recordar, sino ser capaces de organizar ese conocimiento, dar testimonio de él y resguardarlo para las próximas generaciones.

Por Shantal Abrego

Una de las cosas más emocionantes de formar parte de la especie humana es la capacidad de acumular conocimiento. No sólo aprender y recordar, sino ser capaces de organizar ese conocimiento, dar testimonio de él y resguardarlo para las próximas generaciones. Esta capacidad de transmitir saberes nos ha permitido formar civilizaciones, desarrollar tecnologías y mejorarlas con el paso del tiempo. Antes de esto, nos teníamos sólo a nosotros mismos, nuestra razón y nuestra experiencia contra el mundo. Sería aprender trigonometría sin todos los matemáticos que nos precedieron o tratar de cocinar el desayuno sin tradición gastronómica. Hoy avanzamos a hombros de gigantes, grandes pensadores, científicos y creadores que nos dejaron un poco más claro dónde estamos parados. El telescopio James Webb es un ejemplo de esto.

Isaac Asimov tiene un pequeño cuento, Silly Asses, donde explora la relación entre el conocimiento y la civilización. Una organización alienígena conformada por distintas civilizaciones (una especie de ONU intergaláctica) está debatiendo si comunicarse con la Tierra. Parece que los terrícolas han alcanzado tecnología lo suficientemente sofisticada como para comenzar a explorar el espacio, por fin tienen el conocimiento termonuclear, el requisito mínimo para formar parte de la organización. Sin embargo, en la Tierra no están usando esa energía para la propulsión de naves espaciales, por lo que no pueden ponerse en contacto con la Federación Galáctica. Entonces, ¿para qué están utilizando este conocimiento? Spoiler alert: 

La existencia del telescopio James Webb nos ha conmovido como la masa enorme y humana que somos. Gracias a la potente ingeniería del telescopio, los astrónomos, astrofísicos y demás investigadores podrán tener más información que les ayude a responder muchas preguntas que se han hecho desde hace muchos años. Además, al cruzar los límites de lo que se imagina que se puede encontrar, el James Webb tiene el potencial de plantear nuevas preguntas. 

Una de las esperanzas más grandes alrededor del telescopio es que tiene la capacidad de mirar a través del espacio, 13.7 millones de años hacia el pasado. ¿Podríamos ver las primeras estrellas que se formaron después del Big Bang? Los científicos le llaman al esplendor de las primeras estrellas como el “alba cósmica“. 

Esta especie de viaje en el tiempo nos remonta a muchas historias de ciencia ficción. Se me viene a la mente el episodio de Doctor Who donde alienígenas de distintas razas se reúnen para contemplar la inevitable destrucción de la Tierra, producto de la expansión del Sol. Es un evento de altura, casi como una exposición de arte. Recordemos que el Doctor es capaz de viajar a cualquier parte del tiempo y del espacio, un sueño para los investigadores en todos los campos. Tener presente el fin del mundo, no apocalípticamente, sino como la lógica de todos los astros que nacen y mueren, pone las cosas en perspectiva

The end of the world (2005)

Ya sea la tradición oral o escrita, los museos, archivos, laboratorios o papers, el conocimiento heredado nos ayuda a conocer mejor el universo. Cada pérdida de conocimiento ha significado una pérdida cultural para toda la humanidad, esto quiere decir que muchos de los saqueos y quema de libros han sido un asalto a la humanidad como especie. Aquí cabe lo perdido en los primeros códices de las civilizaciones colonizadas, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, la quema de libros en la Segunda Guerra Mundial.

Sin irnos más hacia la tragedia, hemos podido avanzar pasito a pasito. Evidentemente, la crisis climática no es resultado de la falta de conocimiento, en cuanto a ciencia se trata hemos tratado de hacer todo lo posible. La falla en el camino del progreso científico suele darse al sesgar información, o bien, ignorar la importancia de las metodologías y la filosofía de la ciencia (el cómo y por qué aprendemos las cosas) desde la política o la academia. Pero, ¿qué pasará con lo que sabemos cuando ya no estemos aquí?

Si bien, no tenemos suficientes datos para hablar de alguna otra civilización cercana a nuestro planeta, ¿qué tal que alguna se origine millones de años en el futuro? Una civilización con otras características, pero interesadas en aprender y mirar al cielo. Seres que atraviesen su propia evolución hasta llegar al baile, las matemáticas y algo no igual, pero parecido al internet. Muchos nos preguntamos: ¿qué tal que nos estén mirando en este momento, a través de un telescopio como el James Webb? Nuestras pequeñas vidas, proyectadas en el futuro gracias a la velocidad de la luz. Estoy consciente de que no es nada más que una idea, pero me gusta pensar que aunque nosotros desaparezcamos, lo que hemos descubierto y aprendido pueda servirle a alguien en el futuro. Quizás puedan ver cómo se ilumina el planeta al anochecer, cómo se han secado nuestros ríos, nuestras ciudades más pobladas. Somos incapaces de verlos viéndonos, pero no de imaginarlos. Al final del día, no tenemos la certeza de que todo esto sirva de algo. 

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