El templo hundido en Infiernillo

Los hijos y nietos de los que alguna vez se fueron, ahora vuelven, a bordo de una lancha, a la tierra de su ascendencia.

A mediados de junio de 1964, el progreso inundó un pueblo michoacano. No me refiero a que la bonanza y la prosperidad se multiplicó entre los lugareños, sino que, literalmente, de la noche a la mañana, la localidad entera de Churumuco, Michoacán, con sus casas de adobe, su plazuela y su parroquia, quedó sepultada bajo millones de litros de agua.

En aquellos días, a unos cuantos meses de que acabara su mandato, el presidente Adolfo López Mateos estaba ansioso de ver en funcionamiento una de las obras más importantes de su administración: la Central Hidroeléctrica y Presa de Infiernillo que hoy lleva su nombre. El megaproyecto, construido entre 1961 y 1963, fue diseñado por la otrora Secretaría de Recursos Hidráulicos, y construido por Ingenieros Civiles Asociados, la archifamosa constructora ICA.

Pocos días antes de liberar las compuertas, los habitantes de Churumuco fueron evacuados y reubicados a escasos kilómetros de ahí, en terrenos más altos. En ese exilio convenido —un poco a regañadientes— con el gobierno, cada familia dejó atrás y para siempre sus tierras originarias, sus hogares, y solo se llevó consigo un cúmulo de recuerdos ubicados en aquellas coordenadas. Sin embargo, su mudanza también les significó una pérdida colectiva, al abandonar un recinto del que se sentían particularmente orgullosos: la parroquia de San Pedro Apóstol, en la que, según historiadores y cronistas, ofició varias misas el cura José María Morelos y Pavón, antes y después de que se uniera al movimiento de la Guerra de Independencia.

Cuarenta y cinco años más tarde, en una minúscula península de la presa, justo frente a las aguas en donde se asoma el campanario de la parroquia hundida, los churumucanos organizan la Feria de la Mojarra, misma que se celebra en el mes de diciembre, y de forma ininterrumpida, desde 2010. Llegado el fin de semana del festejo, turistas y lugareños estacionan sus camionetas sobre las marcas de cal dibujadas en la tierra, para luego agandayar alguna de las insuficientes sillas negras que hay delante del estrado, a la espera de que el presidente municipal se apure con su discurso y dé por inauguradas las actividades, que no son pocas.

La más famosa es la muestra gastronómica. Bajo la sombra de un único y largo entoldado, se disponen dos hileras de mesas en donde los cocineros presumen sus mejores platillos: filetes de mojarra empapelados, empanizados o asados, caldo de mariscos, tiritas de tilapia, ceviche de pez diablo y carpa plateada a la talla. Por supuesto, todos los alimentos son frescos, pescados por la mañana en las mismísimas aguas de Infiernillo. Los que ya comieron destapan un refresco o una cerveza para observar el torneo de voleibol “de playa”, o para ver el concurso de entreyado, en el que habilidosos pescadores tejen redes a gran velocidad. Si alguien se aburre, el contrariado tiene la opción de distraerse mirando, en dirección a la tierra, las carreras de caballos, y en dirección a la presa, las de las lanchas a motor. Incluso, si el calor es mucho y la digestión se lo permite, puede echarse un chapuzón en el agua, o hasta participar en la competencia de nado, ya sea por equipos o en retos individuales.

Para muchos de los asistentes, en especial para los aficionados a la fotografía, la mejor experiencia de la feria consiste en rentar uno de los botes y dar un paseo por Infiernillo. Es en el centro de sus aguas donde se encuentra el verdadero atractivo turístico. Lo que en un principio, allá desde el entoldado, parece ser solo una chimenea sobresaliendo de la superficie del agua, conforme el lanchero acelera, de a poco la parroquia se agranda, sus contornos se definen y magnifican.

Dependiendo del nivel de la presa, además del campanario de doble piso, siempre visible, es posible apreciar el remate circular y buena parte de la espadaña de la fachada, único muro de la iglesia que sigue en pie. Cuando el agua es suficiente y lo permite, algunos viajeros incluso se avientan de la lancha y emprenden una exploración acuática. Bucean alrededor del templo, zambulléndose y braceando a través de las ventanas, como los niños de aquél cuento de García Márquez, que flotaban en un mar de luz por el techo de su departamento. Al rato, los nadadores se suben de nuevo a la lancha y el grupo se va por donde vino.

De alguna manera, cada uno de estos viajes constituye un exilio en reversa, un nuevo y único retorno al viejo Churu, como le dicen los paisanos a esa parte de la presa. Los hijos y nietos de los que alguna vez se fueron, ahora vuelven, a bordo de una lancha, a la tierra de su ascendencia.

Curiosamente, aunque los churumucanos se sientan orgullosos de su parroquia sumergida, al grado de incorporar su imagen al escudo del pueblo, no pueden presumir de ser los únicos, ni mucho menos. De hecho, y aunque parezca un tanto extraño, existen varios templos alrededor del mundo que se encuentran en las mismas condiciones y por los mismos motivos. La iglesia de Potosí, en Venezuela; la iglesia de Santa Caterina, en Italia; la iglesia de San Nicolás, en la República de Macedonia; la iglesia de San Roque de Las Rozas y la de San Román de Sau, en España; así como la iglesia de la Natividad de Cristo y la Catedral de San Nicolás de Kaliazin, en Rusia, son solo algunos de los santuarios que se han quedado bajo las aguas debido a los desarrollos hidroeléctricos que afectan a unos cuantos para beneficiar a millones.

El hecho de que el fenómeno se repita casi a calca, es una muestra de la característica cíclica del desarrollo. Los pueblos se construyen sobre los vestigios de otros pueblos que se erigieron, a su vez, sobre pueblos pretéritos. Al fin y al cabo, a lo largo de los siglos, el paso de las civilizaciones por nuestro planeta es acaso algo más que un inmenso y borroneado palimpsesto.

Total
0
Shares
Anterior
¿Cómo se organizan las mujeres que no se nombran feministas pero luchan por sus derechos?

¿Cómo se organizan las mujeres que no se nombran feministas pero luchan por sus derechos?

Los movimientos de mujeres no parten de una experiencia universal única, de ahí la importancia de reconocer la autonomía en cada una de sus organizaciones y comprender el...

Siguiente
Moscú, la agonía por el Sol 

Moscú, la agonía por el Sol 

En verano me siento moscovita.

Podría Interesarte