A finales del 2014, mientras ocurrían las protestas del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, a una cuadra del Parque MacArthur, en Los Ángeles, la escritora Johana Hedva estaba en la cama de su habitación. Se cuestionaba cómo podía ser política ante aquella manifestación si estaba enferma, con una afección crónica, que durante meses la deja sin poder salir de la cama, caminar o siquiera hablar.
«Pensé en todos los otros cuerpos invisibles, con sus puños levantados, escondidos, sin posibilidad de ser vistos», escribe Hedva en su ensayo Teoría de la mujer enferma.
En ese momento comenzó a preguntarse qué modos de protesta están permitidos para las personas enfermas, discapacitadas o personas que no pueden salir de casa porque se encuentran cuidando o cumpliendo labores del hogar. Qué formas de protestas se articulan para quiénes no pueden salir a marchar y no pueden tomar el espacio público porque se enuncian desde cuerpos que no tienen la posibilidad de ser vistos y, sobre todo, cómo podría politizarse ante un discurso que todo el tiempo pide que se tomen las calles.
En las protestas feministas las consignas son claras: el feminismo está en las calles. Nadie niega que la toma del espacio público ha sido una lucha importante para articular puntos de encuentro en manifestaciones históricas por los problemas de siempre, la violencia de género y las desigualdades sociales; pero resulta pertinente repensar nuevas formas de encuentro ante el contexto que se vive en cada momento de la historia.
Para el próximo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, grupos de mujeres se están preparando con movilizaciones feministas en todo el país, aún en el contexto sanitario que ha provocado el COVID-19. Ante esto surge la necesidad de repensar ciertos aspectos de la protesta social y, sobre todo, reflexionar si nuestras estrategias de movilización deben seguir siendo las mismas.
Ahora mismo la pandemia ya nos ha demostrado la necesidad de pensar en los cuidados colectivos desde el confinamiento y nos ha recordado que el espacio privado significa también un territorio de lucha, pues adentro también se viven violencias específicas como el abuso sexual infantil, la violencia intrafamiliar o los feminicidios. Por eso es pertinente preguntarnos: ¿cómo nos acompañamos en un territorio que representa una lucha diaria para muchas personas?
Repensar las manifestaciones sociales en crisis sanitarias no es un llamado moralista a criticar a quienes saldrán a las calles, porque todas las formas de protesta son válidas. Es más bien una forma de pensar que las acciones políticas que realizamos pueden ser excluyentes, capacitistas o privilegiadas, y de entender cómo eso puede implicar el silenciamiento a otros grupos sociales o incluso desfavorecer las luchas mutuas.
Para Johana Hedva estas aseveraciones no solo apelan a los cuerpos enfermos clínicamente diagnosticados, sino también a la violencia que atraviesan los diferentes cuerpos, y sobre cómo las protestas o los espacios de movilización social no están pensados para todas las personas, algo que resulta urgente por reflexionar. Por eso en su ensayo Teoría de la mujer enferma Hedva hace énfasis en que el espacio privado es también político y escribe sobre los factores que impiden salir a las calles.
«Mujer enferma es una mujer trans negra que tiene ataques de pánico mientras usa un baño público, con miedo de la violencia que la aguarda. Mujer enferma es un hombre gay de 50 años que fue violado cuando era adolescente y ha permanecido callado y avergonzado, creyendo que los hombres no pueden ser violados. Mujer enferma es una persona discapacitada que no pudo ir a una conferencia sobre los derechos de las personas con discapacidad porque se organizó en un lugar no accesible».
Para distintos colectivos feministas, ante la movilización en un contexto de crisis sanitaria, la clave se encuentra en proponer estrategias de cuidado territorial y autocuidado colectivo. Recordar que el distanciamiento social no es motivo para no seguir fortaleciendo redes de apoyo, cuidado mutuo, solidaridad con la otra o exigir a los Estados estrategias para hacer visible los riesgos a los que se han enfrentado durante la cuarentena mujeres, disidencias sexogenéricas, infancias y juventudes. La organización es indispensable, solo hace falta buscar nuevas formas de hacerlo para que todas puedan alzar sus puños en conjunto.