«Mirar hacia el futuro para pensar de forma pertinente el presente», propone Verónica Gerber Bicecci

La escritora presentó, en el Museo de la Ciudad de Querétaro, uno de los más recientes títulos de la editorial Gris Tormenta, ‘En una orilla brumosa’.

Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) se define a sí misma como una «artista visual que escribe». Su trabajo transita entre estas dos disciplinas, dando lugar a una de las propuestas literarias más originales dentro del panorama de las jóvenes letras mexicanas.

La escritora visitó Querétaro para presentar uno de los más recientes títulos de la editorial Gris Tormenta, En una orilla brumosa. Dicho libro, editado y prologado por Gerber Bicecci, reúne una serie de textos y ensayos especulativos que buscan repensar los futuros de las artes visuales y la literatura, e incluye a autores como Ariel Guzik, las Redes Comunales Mixes + Yásnaya Aguilar Gil, y Ursula K. Le Guin.

Nuestros editores, Dafne Martínez y Jaime He, se reunieron con Verónica para charlar sobre algunos de los temas que atraviesan y sostienen el libro.

JH: Pensar en el futuro o en los futuros posibles puede modificar el futuro. Pero el hecho de jamás cuestionárnoslo puede tener, incluso, repercusiones peores. Como artista plástica y escritora, ¿qué repercusiones tiene en tu obra pensar en el futuro?

VGB: Me resuena mucho esto que dices de que pensar en el futuro lo transforma. Creo que, en ese sentido, mi respuesta tendría que ver con una necesidad de mirar hacia el futuro para pensar de manera más pertinente el presente. Muchos de los textos de la antología van por ese camino. Proponen ideas muy interesantes sobre cómo repensar la práctica artística, ya sea literaria, visual, o la combinación de ambas. Todavía no sé exactamente cómo se verá afectada la mía, pero sin duda todos los textos me han hecho reflexionar sobre temas en los que no había pensado, y eso eventualmente espero que se refleje en mi trabajo.

JH: En el ensayo de Eugenio Tisselli se describe a unos «científicos» que creían que todas las cosas estaban hechas de números. Esto me hace pensar en todos esos términos nuevos que hemos ido incorporando a nuestro lenguaje; hoy en día decimos que tal publicación tuvo 200 likes, que nuestro televisor es 4K Ultra HD, que nuestro Instagram va a llegar a los 10 mil seguidores. Todo con números, como aquellos «científicos». ¿Por qué a muchos les resulta sencillo adoptar nuevos términos como estos, pero se les hace inconcebible, por ejemplo, decir ‘todes’? ¿En qué medida la supuesta «defensa del lenguaje» la llevamos a cabo solo cuando esta favorece nuestras ideologías?

VGB: Es una buena pregunta. El otro día estaba escuchando (por puro morbo) una mesa de diálogo en contra del lenguaje incluyente o inclusivo, y los argumentos desarrollaban una serie de falacias que me asustan. Supongo que a quienes les parece incorrecto el uso del lenguaje incluyente, lo que más les debe molestar es la idea de quedar del lado de los conservadores. Tal vez por eso también se endurece tanto su negativa a intentar usarlo o crece su intento de demostrar que es «un error». Yo comparto una idea de la lingüista Violeta Vázquez Rojas, que dice que el lenguaje incluyente es una licencia política. Si en la literatura podemos usar licencias poéticas, ¿por qué no podemos también sumar licencias políticas?

JH: En el ensayo de Daniela Franco, ella cita a Kenneth Goldsmith cuando este hace una llamado a la literatura a imitar al arte contemporáneo. Goldsmith dice: «Si las artes visuales hicieron las pases con Duchamp y la música hace lo propio con las Plunderphonics y la ubicua práctica del sampleo, ¿qué pasa con la literatura? ¿Por qué la apropiación directa no se ha vuelto una práctica literaria válida, apoyada o por lo menos experimentada?»

¿Crees que la literatura peca de conservadora o puritana? ¿Crees que se ha quedado relegada con respecto a otras disciplinas artísticas?

VGB: Para empezar, yo ya tengo problemas con el concepto de apropiación como tal. Marcó a las artes del siglo XX y no intento desestimarlo, pero hay que comenzar a pensarlo de otras maneras. A mí me gusta la idea del compostaje en la escritura para resituar y resignificar la idea de apropiación del XX en el XXI.

Creo que justo el texto de Daniela Franco en la antología explora ese terreno. En una nota al pie, relata que su comunicación con Goldsmith, intermitente a lo largo de los años, ha sido para compartir su desilusión frente a la literatura (en el caso de Kenneth), y frente al arte contemporáneo (en el caso de Daniela). Sin duda, la literatura puede ser muy acartonada, pero las artes visuales también. Y siempre hay quienes han intentado y siguen intentando proponer cosas que salgan de la norma, aunque luego sean absorbidas también.

DM: En tu primera novela, planteas la situación de estos artistas que pasan de la literatura a las artes visuales. Posteriormente, en Conjunto vacío haces este ejercicio en donde la escritura comienza a, no sé cómo llamarle, si desdoblarse o trastocarse hasta que se convierte en un tipo de sintagmas completamente diferentes. ¿Tú crees que estamos pasando del logocentrismo a estas otras formas de expresión que quizá no pueden ser encajonadas o inscritas dentro de lo que el lenguaje correcto, con todo lo que esta expresión implica, nos sugiere?

VGB: Podemos ir hacia atrás y mirar que en la historia de las artes en general existieron muchxs personajes que han intentado salir de las reglas del logos. Desde mi perspectiva, este momento es un momento caligramático. Hay teóricxs que han estudiado esto mucho más que yo, que afirman que es la era de la imagen. A mí me gusta pensar que hay una suerte de caligramática, es decir, una relación de ruptura, tensión o simbiosis, por decirlo de alguna manera, entre imagen y palabra. Estos caligramas están en la publicidad, en las redes sociales, en la relación entre el código y la interfase. Hay una relación imagen-texto que sigue creciendo. Por supuesto, es un punto de vista con los sesgos que me caracterizan.

JH: Ayer por la mañana pasé media hora charlando con Cleverbot, y puedo decir que fue una conversación estimulante. ¿Piensas que el desarrollo de las inteligencias artificiales, el código y la programación (Java y Python) son, hoy en día, una de las fronteras o, digamos, una de las «casetas de cobro» del lenguaje por donde habremos de, irreversiblemente, seguir avanzando?

VGB: No lo sé. Lo que creo es que en el fondo hay una tendencia a dividir a la tecnología de lo humane, cuando en realidad es lo humane o les humanes quienes crean la tecnología. Entonces, tal vez más que un camino, es un enorme espejo. Todos somos un poco cyborgs en algún sentido. Los textos de Cecilia Miranda, Alicia Kopf y el de Hito Steyerl exploran con mucho acierto el universo tecnológico. Todos tenemos alguna extensión cyborg, unas más pegadas a la carne y al hueso, y otras mucho menos, como el celular. Por supuesto, la tecnología ha cambiado nuestros modos de pensar y de hacer. Algunos son más catastróficos y piensan que la destrucción vendrá cuando la tecnología nos domine, pero eso sería una autodestrucción, desde mi punto de vista. También pienso que tratamos muy mal a la tecnología. No me quiero ni imaginar el nivel de abusos que se deben cometer contra las Alexas del mundo. 

DM: ¿Qué tanto esta contraposición entre humanidad y tecnología es una suerte de reinterpretación del viejo tropo, bastante judeocristiano, que confronta naturaleza y humanidad por un lado, y cultura y naturaleza por otro? ¿Es, de alguna manera, la evolución del mito?

VGB: Tendría que pensarlo un poco más, pero me gusta lo que dices. No hay que perder de vista también que, para que exista la tecnología, se produce una explotación de los recursos naturales y de los seres vivos, humanes y no humanes. O sea que torturamos a las Alexas pero también a los que hacen las Alexas, los explotamos y esclavizamos y tomamos los minerales que hacen falta sin considerar el desequilibrio que esa extracción provoca en el planeta.

JH: Daniela Franco sostiene la idea de que «el futuro arte es cíclico». Curiosamente, el libro comienza (así se titula) y termina con la misma frase. ¿Tú te adscribes a la premisa de que los artistas de todas las épocas se repiten una y otra vez?

VGB:  Yo me adscribo al concepto del pensamiento situado que propone Donna J. Haraway. Aunque las historias se repiten, no se repiten los tiempos en los que estas suceden. Haraway plantea que tenemos que ser conscientes del contexto desde el que estás leyendo un suceso, eso cambia la lectura, introduce múltiples variaciones y sesgos sobre aquello que parece repetirse, creo yo.

DM: Un profesor de historia decía que la historia ni era lineal ni era cíclica, sino que era una espiral.

VGB: Exacto. Todo se repite, regresa, pero no al mismo lugar.

JH: Para terminar, una antología es una constelación de imaginaciones, de escrituras. Cada una de estas escrituras apunta a lugares diversos,  pero si se hace bien, una antología en su conjunto comparte un mismo impulso. ¿Cuál fue el reto más difícil o interesante al que te enfrentaste al momento de realizar esta selección de textos?

VGB: La verdad es que los retos más complejos en términos técnicos los resolvió el equipo de Gris Tormenta, y eso fue fantástico. Me sentí acompañada y cuidada por un equipo excepcional.

Para la antología, me interesaba, en la medida de lo posible, una perspectiva que mostrara, tal vez, diferentes concepciones del futuro. Desde Stanislaw Lem o Ursula K. Le Guin, hasta Olivia Teroba o Cecilia Miranda, que es la colaboradora más joven de la antología.

Por otro lado, me preocupaba que fuera demasiado disímil, que no tuviera una coherencia. Le sugerí a cada une de les autores un abordaje para su texto. Por ejemplo, a Daniela Franco, le propuse que hiciera una exposición de arte contemporáneo del futuro, que describiera las piezas, el guión curatorial, la espacialidad de la galería. Quizá el hecho de haber sugerido algo a cada une, aunque escribieran algo distinto al final, ayudó a entretejer algunas conexiones en el libro. Nunca lo sabré pero ojalá que les lectores encuentren que el reto de la coherencia que me preocupaba, está bien librado. Elles tienen la última palabra. 

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