La sonrisa de Shoko, cuentos para sacudir el tiempo

En este libro de relatos, su debut literario, la escritora surcoreana Choi Eun-young, muestra la fragilidad del tiempo a través de los pequeños gestos
Foto: Editorial Bonobos

Por Shantal Ábrego

Es difícil vivir en el presente. Tanto en el plano literal como en el de la metáfora, el “ahora” es un lugar del que nuestra mente tiende a huir, quizá como mecanismo de autodefensa. Pensar el tiempo como un ente lineal nos aleja de esta perspectiva, y un arroja a un entramado de sucesos que, a pesar de discurrir de forma consecutiva, seguirán pautando la manera desordenada en que tejemos nuestro presente.

Con “La sonrisa de Shoko” (Bonobos, 2020), su debut literario, la escritora surcoreana Choi Eun-young, despliega todo el potencial de su prosa. Las mujeres que habitan estos relatos se vuelven conscientes de que un simple suceso puede moldearnos, para bien o para mal, modificando nuestra manera de actuar, con consecuencias que resisten a través de los años. En algunos casos, este suceso es un desastre visible, el dolor como algo físico que se puede habitar, ver, tocar; la migración, la muerte, la enfermedad. Estos epicentros son lugares a los que se entra sin haberlo deseado, donde los personajes pueden habitar años de su vida tratando de comprender mejor cómo un evento pudo haberles hecho tanto daño y cuál fue su papel en el desastre.

Este es un universo donde distintas nacionalidades, idiomas y edades convergen, bajo una bandera de nostalgia. Lo que podría ser una lectura sobre el tiempo se desarrolla perfectamente a través de varios de los cuentos, donde la diversidad de situaciones de las distintas protagonistas nos ayuda a comprender mejor el concepto madurez.

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La cicatriz más evidente que atraviesa las páginas del libro, es la guerra. Los personajes, tratando de comunicarse en lenguas distintas, hablan el mismo idioma: la pérdida. Eun Young Choi nos recuerda lo que dice Szymborska en su poema “Fin y principio“, que Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar. Algunas de sus protagonistas desempeñan ese papel: el de las multitudes sin rostro, desplazadas de su hogar y forzadas a llevar el dolor a cuestas. Personas que quieren recuperar la esperanza tras haber perdido a su familia, su hogar y espíritu. Llevando el luto como patria, la autora plantea cómo el sentido de supervivencia te exige seguir adelante con tu vida, aunque la historia oficial le enseñe a tus hijos que la guerra que terminó con la familia fue un conflicto honorable.

En los relatos, la narración se aleja del campo de batalla y las armas, pues el conflicto ocurre al fondo, como el rumor bajo de una tormenta. Lo que sí vemos es el desastre que dejan dentro de los hogares y cómo afecta permanentemente a quienes se cruzan en su camino.

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En la historia que da título al libro, la autora nos lleva al corazón de una adolescente, sensible, errática, confundida. Se trata de Soyu, quien acoge en su casa a una estudiante de intercambio que incide en su vida familiar, tomando el lugar que ella siempre habría querido tener. Durante unas semanas, Shoko transforma la mesa familiar en un lugar cálido, a su abuelo en una figura paterna presente, a su madre en una amiga.

Para Soyu, Shoko simboliza todo lo que no puede tener. La impresión que deja en ella y en su abuelo aún después de haber partido y cortado comunicación con ellos, influye profundamente en las decisiones que tomará después. El fantasma de Shoko y su tenacidad se quedan tantos años en la mente de la protagonista, que eventualmente, aunque la vida haya avanzado, se vuelve incapaz de seguirle el paso. El hecho de ser adulta y no lograr superar tantas heridas provocadas indirectamente por Shoko la ha mantenido en una edad mental inmadura, con fijaciones de su adolescencia que afectan tanto sus relaciones familiares, como su autopercepción.

En este cuento, Eun Young Choi explora los matices por los que puede pasar una amistad entre dos mujeres que se quieren y admiran, pero no pueden relacionarse sanamente por conflictos personales. La prosa logra construir la confusión y desolación adolescente a través de los años, pero también la profunda ternura entre dos mujeres.

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El panorama en estas historias se va develando ante distintos personajes que, en principio, miran la situación desde la inocencia y la ignorancia. El proceso de esclarecimiento resulta doloroso en cada caso, donde las niñas y jóvenes sufren una decepción de lo que creían del mundo, a la vez que se convierten en mujeres. La autora logra entramar el horror de la guerra y la persecución a través de los detalles: los niños jugando a ponerle una soga al cuello al hijo del comunista, llorar en el autobús de regreso de una sentencia de muerte y, sobre todo, las cosas que no se pueden hablar.

Es así que el libro se construye alrededor de un nudo en la garganta. Las protagonistas guardan secretos, impresiones, heridas impronunciables. Sin embargo, el poder de este silencio se remarca en las conversaciones entre mujeres que comprenden ese lenguaje no hablado, las preguntas que no necesitan hacerse porque su sola presencia basta.

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Uno de los recursos que se utilizan para agudizar la ola de nostalgia, es contraponer la perspectiva del pasado y la del presente. En este libro, que los personajes sean capaces de examinarse a sí mismos a través del tiempo ejercita el músculo de la melancolía. El dolor provoca que estas mujeres lancen preguntas al pasado tratando de entender su presente. Así, las historias están llenas de arrepentimientos y reflexiones tardías, haciendo eco en el vacío de la pérdida.

La pluma de Eun Young Choi ha logrado crear personajes sustanciales, con una fisiología tan cuidada que su transparencia no los traiciona o delata. Al terminar cada historia, me quedo con la sensación de extrañar a las protagonistas y estoy segura de que seguiré pensando en las mujeres de estas páginas por muchos años.

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