Durante la última semana, los medios han difundido hasta el cansancio imágenes de manifestaciones, protestas, incendios y choques con la policía en diferentes regiones de América Latina. En paralelo, usuarios y usuarias de redes sociales han compartido videos en donde se aprecian golpes, brutalidad, hostigamientos y en algunos casos hasta homicidios cometidos por elementos del orden contra la ciudadanía indignada.
De poco han servido las palabras agridulces que los jefes de estado repiten como cacatúas para la prensa internacional. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros momentos, por más que los mandatarios ceden -o fingen ceder- la ciudadanía se empeña en reclamar y tomar las calles como propias.
Estas escenas, que se desarrollan en lugares tan dispares como Puerto Príncipe, Quito y Santiago de Chile, tienen además la virtud de que han alcanzado el estatus de verdadera protesta transnacional. La última vez en que se vió algo similar, es decir, a los ciudadanos de una sola región manifestándose en varios países, fue durante la denominada “Primavera Árabe“, que arrasó en Oriente Medio a principios de la década que hoy termina y que en algunos casos, como sucedió en Túnez, se tradujo en mejoras para la vida democrática (tendencia que, sin embargo, estuvo lejos de ser generalizada).
Un hecho innegable que caracteriza a esta ola contestataria, es que no respeta límites nacionales ni tampoco batallas ideológicas, pues mientras en algunos lugares, como Nicaragua, la lucha es contra el autoritarismo revestido de “izquierda”, en otros, como Chile y Haití, es contra la depredación impulsada por el modelo neoliberal ¿Qué tienen en común y qué de diferente estas ṕrotestas que recorren Latinoamérica? Analicemos a detalle en qué circunstancias se han desarrollado y qué es por lo que se lucha en cada país.
Venezuela y Nicaragua, la izquierda institucional puesta a debate
Dos de los primeros países en experimentar problemas relacionados con inconformidad cívica fueron Venezuela y Nicaragua. Desde hace por lo menos tres años, cientos de miles de venezolanos han expresado su inconformidad con el giro autocrático dado por el presidente Nicolás Maduro, adscrito al llamado “Socialismo del siglo XXI“, lo cual se ha traducido en protestas multitudinarias en la calle, así como confrontaciones entre sectores de la población y las autoridades bolivarianas.
Esta situación se tornó aún más tensa luego de que el gobierno estadounidense impusiera sanciones económicas a Venezuela, obteniendo como resultado una carestía generalizada de productos para el consumo básico, lo que al final provocó también un éxodo masivo de venezolanos tanto hacia Estados Unidos, como al resto de los países latinoamericanos o incluso al Oriente Medio, donde tienen sus orígenes miles de familias venezolanas.
En Nicaragua, la situación tiene algunas similitudes con la de Venezuela. Los nicaragüenses se han manifestado en reiteradas ocasiones contra el Régimen de Daniel Ortega, quien había gobernado el país décadas atrás luego del triunfo de la revolución sandinista. Posteriormente, fue derrotado electoralmente por Violeta Barrios de Chamorro, aunque volvió al poder durante la primera década del siglo XXI.
A Ortega, quien es militar de formación, se le achaca el haber favorecido la corrupción y el nepotismo, así como la falta de democracia en ese país. Se le critica también por reprimir a los manifestantes en su contra, así como por mantener una relación tensa con la jerarquía católica, muchos de cuyos integrantes se han convertido en voceros de las protestas populares.
Haití, la lucha contra la herencia colonial
Otro país que ha dado de qué hablar en el tema de protestas es Haití. Localizado en la isla “La Española” y con la República Dominicana como único vecino, Haití es un país cuya historia está fuertemente marcada por el suprematismo blanco y la esclavitud. Desde que los franceses colonizaron ese territorio de la isla en el siglo XVII, en Haití se establecieron fuertes relaciones de dominación entre la minoría francesa y las mayorías negras y mulatas.
Fue así que, cuando alcanzó su independencia por lo menos diez años antes que la mayoría de los países latinoamericanos, Haití fue también el primer territorio americano en abolir la esclavitud. No obstante, las desigualdades imprimidas por el viejo sistema colonial continuaron vigentes durante los siglos posteriores, garantizando que el poder permaneciera en manos de una minoría mulata y afrancesada, en detrimento de la mayor parte de la población, que tiene una herencia africana más viva.
Esta situación, que ha producido una de las sociedades más desiguales en América latina, se volvió aún más aguda tras la dictadura de Francois Duvalier “Papa Doc”, durante la guerra fría y los años posteriores a la misma en la que, a cambio de ayuda humanitaria que muchas veces acababa en los bolsillos de los políticos, el país se declaró aliado de los estadounidenses y realizó muchas concesiones a los mismos dentro de su territorio.
El terremoto de 2010, que prácticamente destruyó la capital, solo empeoró la situación y hoy son millones los haitianos que se manifiestan en la calle contra un orden que, de acuerdo con su percepción, los ha mantenido alejados de cualquier posibilidad de conseguir un mejor nivel de vida para sus familias.
Los ecuatorianos contra el FMI
Ecuador era, hasta hace no mucho tiempo, una nación paradigmática debido a la movilidad social que se alcanzó durante el gobierno de Rafael Correa, pero luego de que éste dejara la presidencia en manos de su antiguo aliado Lenin Moreno, las cosas cambiaron bastante. Una de las primeras acciones de Moreno luego de llegar a la presidencia fue revertir el giro social que había mostrado en sus políticas su antecesor.
En esa misma tónica, el líder ecuatoriano solicitó varios préstamos al Fondo Monetario Internacional que fueron calificados por algunos analistas como “draconianos”. Entre las condiciones para acceder a los préstamos estaba la implementación de una serie de medidas de austeridad entre las que destacaba un aumento de más de 100% en los precios de los combustibles, lo que desató la ira de amplios sectores de la población, entre los que destacaron los indígenas.
En un inicio, Moreno dijo que había intereses internacionales detrás de las protestas. Incluso sugirió que Nicolás Maduro financiaba desde Venezuela a los inconformes o que las FARC hacían lo propio desde Colombia. Al final, el mandatario tuvo que reconocer que había razón en algunas de las peticiones de los inconformes y derogó el decreto que incrementaba el precio del combustible, aunque muchos ecuatorianos y ecuatorianas aún creen que son necesarias más medidas, entre éstas una ruptura con el FMI.
Chile, la zona cero del neoliberalismo
Desde los setenta, la política chilena ha estado relativamente llena de dificultades. En 1973, un golpe de estado organizado por la cúpula militar culminó con el derrocamiento y posible asesinato del socialista Salvador Allende. Al golpe siguió una dictadura, encabezada por el general Augusto Pinochet, en la que desaparecieron miles de personas, entre ellos artistas como Víctor Jara. La dictadura culminó con la implementación de unas políticas de libre mercado enfatizadas en reducir al mínimo la intervención estatal en la economía y, en palabras de sus arquitectos, un grupo de economistas de la Universidad de Chicago: Incrementar la competitividad.
Como resultado de las políticas impulsadas por la denominada “Escuela de Chicago”, la macroeconomía chilena creció y en muy poco tiempo estaba hablándose de un “milagro económico” en Chile. El problema es esta situación produjo grietas en la sociedad chilena que, aunque para los economistas “ortodoxos” eran invisibles, trajeron profundas consecuencias en el día a día de la gente de a pie. La primera de estas grietas fue la desigualdad, que de hecho se incrementó como resultado de las políticas de los “Chicago Boys”, aunque lamentablemente, la cosa no quedó ahí.
Dentro de la sociedad profundamente desigual en que se convirtió el Chile de a inicios del siglo XIX, se volvió cada vez más difícil para las clases medias y bajas acceder a servicios públicos de calidad, particularmente en lo que se refiere a educación, vivienda, transporte y salud. Esto, sumado a las políticas de hostilidad contra el pueblo Mapuche y al racismo institucionalizado de la sociedad chilena, generó un resentimiento cada vez mayor entre sectores como los indígenas, las minorías y los jóvenes, que se sentían prisioneros de una sociedad sin futuro.
Así, hacia 2010, estallaron protestas entre los estudiantes de todo el país pidiendo educación pública de calidad. Estas protestas, encabezadas por Camila Vallejo, se realizaron a la par de las acciones del pueblo Mapuche exigiendo respeto por sus territorios. No obstante, fue un incremento en el costo del boleto de metro en Santiago lo que encendió la mecha y levantó a millones de personas contra el gobierno de Sebastián Piñera, un empresario que representa muy bien a los valores económicos del pinochetismo.
Como sucedió en Ecuador, Piñera intentó culpar a los manifestantes y presentarlos como “radicales” en guerra contra el gobierno. El mandatario no contaba con que un sector importante de las clases medias, a las que esperaba ganarse con ese discurso, estaba ya de facto participando en las protestas y, al final, tuvo que pedir la renuncia de todo su gabinete. Aún así, a los inconformes chilenos esto parece no bastarles y hoy, en medio de desapariciones (de nuevo), incendios y desorden generalizado, siguen convocando a marchas multitudinarias en las que piden derogar la constitución de Pinochet y terminar con treinta años de hegemonía neoliberal.
Si obtienen lo que buscan, los inconformes chilenos estarán, sin duda, a la cabeza de un hecho histórico pues el neoliberalismo nació en su país y es ahí donde agoniza bajo una sociedad harta de desigualdad y falta de oportunidades.
Lo que hoy sucede en Latinoamérica podría ser fundamental para la configuración política y económica global en los próximos diez años. Incluso México, con las marchas multitudinarias de mujeres en contra de los feminicidios, se ha visto salpicado por esta ira contestataria que impugna un orden al que ya se señala como caduco. La ira se ha extendido incluso a otros rincones del mundo, como ocurre en Barcelona y Hong Kong y en general se respira un ambiente de radicalidad que, al menos en occidente, no se veía desde 1968. Estas no son solo protestas pasajeras. Esta es la historia, vigente, la misma a la que quisieron enterrar décadas atrás. La misma a la que la hegemonía política creía muerta.