Diciembre, otro año se ha ido, y prueba de ello son las últimas festividades que quedan en el calendario: Navidad y Año Nuevo. Claro que, además del ocaso del otoño y el inicio del invierno, prueba de la llegada de la Navidad son las decoraciones que resaltan por donde quiera que se les mire.
Uno de los signos más famosos es la llegada del famoso árbol de Navidad del Rockefeller Center a su destino.
De manera personal, solo lo había visto en películas y alguna que otra serie; podrás reconocerlo porque justo frente al árbol se encuentra una pista de patinaje sobre hielo. Desde los años 50 se ha vuelto una tradición la ceremonia del encendido del árbol de Navidad del Rockefeller Center, pues fue cuando se transmitió por primera vez en televisión.
Desde su primera instalación en 1931, este majestuoso ejemplar de abeto ha representado no solo una celebración de la Navidad, sino también momentos de esperanza y de resiliencia en tiempos difíciles. El cómo llegamos a este significado es digno de análisis, o más bien, de contar su historia.
Un pequeño árbol en un gran momento
La tradición de Navidad en el Rockefeller Center comenzó en 1931, en plena época de la Gran Depresión, un periodo marcado por el desempleo masivo y la desesperanza. Fue así que los trabajadores que construían el Rockefeller Center reunieron lo que pudieron para decorar un pequeño abeto de 6 metros con guirnaldas hechas a mano.
No era mucho, pero ese gesto sencillo dio algo de alegría en medio de las dificultades y marcó el inicio de una tradición anual.
Para 1933, se llevaría a cabo el primer encendido oficial del árbol, marcando el inicio de una celebración que ha perdurado a lo largo de las décadas.
A medida que pasaron los años, el árbol fue decorado con luces y adornos cada vez más elaborados, volviéndose un símbolo de las festividades decembrinas en Nueva York.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el árbol fue adornado con decoraciones patrióticas, reafirmando el espíritu de lucha y resistencia que se vivía en la nación de las barras y las estrellas.
Hoy en día, el árbol se erige como un majestuoso abeto noruego que puede alcanzar alturas impresionantes, con ejemplares que han llegado a medir hasta 30 metros. Este año el árbol escogido proviene del West Stockbridge, Massachusetts, y mide aproximadamente 23 metros.
Está siendo iluminado por 50,000 luces LED multicolores y con una espectacular estrella de Swarovski que corona la cima, diseñada por Daniel Libeskind, cuenta con 70 picos y está adornada con tres millones de cristales.
La ceremonia se transmite por televisión, atrae a cerca de 125 millones de visitantes cada año y se realiza en la Rockefeller Plaza, ubicada entre las calles 48 y 52, entre la Quinta y la Sexta Avenida.
Más que un árbol: un símbolo
Más allá de simbolizar una celebración como lo es Navidad, representa la resiliencia y la esperanza en tiempos difíciles. Su origen durante la Gran Depresión tiene un gran simbolismo, pues muchos enfrentaron grandes dificultades, el árbol ofreció un rayo de luz y una sensación de comunidad para los neoyorquinos.
Además, ha sido testigo de varios eventos históricos y crisis sociales, como el ya mencionado periodo de la Segunda Guerra Mundial, o uno más reciente, los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos. Es un fiel recordatorio visual del espíritu indomable de la ciudad.
Y su impacto no termina cuando bajan las luces. Tras las festividades, el árbol es donado a organizaciones como Habitat for Humanity para proyectos comunitarios, ya sea como madera para construcción o como leña para quienes la necesitan. Cerrando así un ciclo simbólico de generosidad.
El otro lado de la moneda
A pesar de que el árbol de Navidad del Centro Rockefeller es un símbolo de positividad y resiliencia, hay que tomar en cuenta la historia de la familia Rockefeller, una que está llena de controversias.
John D. Rockefeller, fundador de Standard Oil, fue una figura por lo menos polarizadora; pues mientras algunos lo ven como un pionero industrial que impulsó el desarrollo económico estadounidense, otros lo critican (con justa razón) por el monopolio que impulsó, además de su papel en la creación de desigualdades económicas.
La riqueza de los Rockefeller proviene del control absoluto que ejercieron sobre el mercado petrolero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Fue tan brutal que la opinión pública formó una oposición que terminó por impulsar reformas antimonopolio.
En 1911, la Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó la disolución de Standard Oil, el coloso petrolero controlado por los Rockefeller. Este fallo histórico llevó a la fragmentación de la compañía en varias entidades independientes.
Standard Oil de California se convirtió en Chevron, Standard Oil de Nueva Jersey dio lugar a Exxon, y Standard Oil de Nueva York se transformó en Mobil. Aunque esta división redujo su dominio absoluto, la familia Rockefeller mantuvo una notable influencia en el panorama económico, aunque menos arrolladora que en su apogeo industrial.
Luego de la Segunda Guerra Mundial se dedicaron a impulsar proyectos sociales, y su riqueza se redirigió a la filantropía. Aún con todo esto, los Rockefeller siguen siendo vistos como símbolos del capitalismo puro y duro, con todo y sus consecuencias negativas.
El árbol puede ser visto como un recordatorio de lo positivo y negativo que tiene esta familia. Mientras que en las fiestas trae alegría e ilusión para algunos, para otros es una reflexión sobre las implicaciones éticas detrás de su riqueza y poder.
Así pues, surgen preguntas sobre nuestra relación con ciertos símbolos culturales, en este caso el árbol de Navidad: ¿celebramos sin cuestionar?, ¿ignoramos lo negativo para disfrutar el momento?
Lo que aprendí de esta historia
El árbol del Rockefeller Center es un ícono lleno de historia. Desde su humilde origen en la Gran Depresión hasta convertirse en un espectáculo mundial, simboliza tanto la esperanza como las complejidades de nuestra sociedad.
Detenerse a admirar el árbol nos permite disfrutar del momento, pero también es un recuerdo de que, incluso los símbolos más brillantes llegan a proyectar sombras profundas. Quizás eso sea lo que lo hace tan humano y tan especial.
Johan Martínez