Hace dos años se emitió el último capítulo de Better Call Saul, la magnífica serie spin-off de Breaking Bad, que explora la transformación de Jimmy McGill de un hombre común a Saul Goodman, un abogado del crimen con una enorme personalidad. En esta historia salida de la mente de Vince Gilligan, Jimmy es un hombre con un pasado problemático de estafador que decide incurrir en el mundo de la abogacía, inspirado por su hermano el recto Chuck McGill. Los que vieron Breaking Bad saben que el destino de Jimmy será convertirse en el abogado de Walter White, el rey de la metanfetamina azul, por lo que esta historia no se enfoca tanto en saber el destino de los personajes, sino en averiguar y explorar las motivaciones que rigen sus decisiones. Esta ventaja narrativa permite profundizar ideas que ya desde Breaking Bad asomaban un poco la cabeza superficialmente, particularmente la relación entre la ley y el crimen.
Ya desde el inicio Vince Gilligan abordó temas relevantes de manera sutil. El primer capítulo de Breaking Bad nos presentaba a Walter White, quien a pesar de ser un brillante químico con una buena educación y premios a su nombre, tiene que lidiar con la precariedad económica de mantener a una familia con su sueldo de profesor de preparatoria. Este escenario ilustra perfectamente la contracara del sueño americano, donde los estudios superiores poco ayudan a las personas a mejorar su situación económica. En nuestro país la realidad no es mucho más alentadora, con procesos de selección que limitan las oportunidades, y deficientes opciones en un mercado laboral decadente, la educación superior se convierte poco a poco en una apuesta grande que pocas garantías ofrece al final. El sueño optimista de que la educación superior mejora la calidad de vida es aplastado en el momento en el se comparan las oportunidades laborales que tienen los egresados de escuelas públicas, con las que tienen sus iguales de escuelas privadas, y aún después de ese escalón la brecha salarial sigue siendo abismal. Para nuestros vecinos del norte la cosa no mejora, ya que suman a sus problemas la existencia de los créditos y por ende las deudas estudiantiles, un tema que genera amplio debate en ese lado de la frontera.
Aquí estoy una década después de concluir mis estudios y de que se emitiera el último capítulo de Breaking Bad, y a veces cuando tengo que hacer un trámite universitario fantaseo con la idea de demandar a mi universidad por todas las penas burocráticas que me hace pasar. Me imagino de traje en una corte escuchando el veredicto final y festejando la victoria. Pero después la realidad me golpea como un balde de agua helada en la cabeza, si demandara a mi universidad me enfrentaría contra el mar de abogados que egresan de ella. Cuando pienso en esas cosas, me siento más pequeño e indefenso que la hormiga que se aplasta con un dedo. Como los personajes de Chespirito me pregunto “¿ahora quién podrá defenderme?”, y en lugar de escuchar el tema del Chapulín Colorado empiezo a escuchar en mi cabeza la guitarra distorsionada del tema musical de “Better Call Saul” y pienso en el hocicón y teatral abogado ficticio interpretado por Bob Oderick. Claro, ahí está la respuesta a mi fantasía, ahí está el abogado que no fue a la misma universidad que todos los abogados del estado, un hombre talentoso al servicio de las causas perdidas, una especie de San Judas Tadeo litigante. Si existiera Saul Goodman en la vida real estaría recibiendo mes a mes cheques jugosos de parte de mi universidad.
Universidad de Samoa Americana vs Harvard
El giro de trama de Better Call Saul es que no se trata de una historia aspiracional de abogados. En ese tipo de series se suele recurrir al fetiche de exaltar los trajes lujosos, los automóviles y el estilo de vida de los litigantes de alto nivel, haciendo énfasis en el drama de los casos millonarios y el juego de poder entre iguales. En cambio, la historia de Saul es un viaje de lo más bajo hasta lo peor, principalmente porque nuestro protagonista carece de algo de lo que gozan todos los abogados que le rodean: “una buena educación”. Egresado de la ficticia Universidad de Samoa Americana, una escuela por correspondencia, Jimmy McGill consigue legítimamente su licencia de abogado y se prepara para ingresar en el prestigioso despacho donde es socio su hermano Chuck. Pero en un sin número de ocasiones las puertas se le cierran, en parte por su educación pero también por su conflictivo pasado criminal.
En un mundo que constantemente nos inspira a reinventarnos, “Better Call Saul” nos abre los ojos a una realidad menos alentadora, y es que el sistema tiene demasiados candados que evitan que el individuo pueda crecer. En un drama de litigio cualquiera, el nuevo abogado con desventaja se enfrenta a todos estos retos institucionales y sale vencedor demostrando que vale lo mismo que los demás. En Better Call Saul, Jimmy McGill intenta hacer frente a estos desafíos, pero ante la falta de oportunidades termina sucumbiendo ante la tentación del mundo criminal.
Jimmy es igual o hasta más talentoso que sus pares, pero no fue a las mismas escuelas que ellos, no tiene las mismas conexiones, y su pasado no le hace mucho favor. Al principio vemos a Jimmy jugar bajo las reglas, dentro del margen de lo legal, pero la competencia simplemente no es justa, por lo que empieza a usar los trucos que aprendió como estafador para hacerse de un poco de ventaja en el mundo laboral, y este camino es el que poco a poco lo acerca al peligroso mundo del narcotráfico.
El puente entre los mundos
Podemos entender a Saul como un puente entre el mundo criminal y el sistema legal. Por un lado es un abogado con la capacidad de navegar y manejar el sistema judicial, pero al trabajar para el cártel se convierte en un intermediario entre los grupos criminales y las instituciones públicas, garantizando así la coexistencia de ambos mundos. La serie se toma su tiempo para mostrarnos el día a día del cártel Salamanca, sus negocios con la droga, sus tácticas intimidatorias y su uso de la violencia. Sangre, vísceras y vicios plagan este lado de la narrativa, contrastando con los planos de abogados caminando por los aburridos corredores de la corte, esperando por veredictos y negociaciones mientras beben café de una sucia y ruidosa máquina expendedora.
En el otro espectro tenemos a los abogados de fina estampa, los exitosos litigantes privados que cobran grandes sumas. A ellos solemos verlos en espaciosas oficinas, manejando carros de lujo, vistiendo trajes costosos y comiendo en selectos restaurantes. Así nuestro protagonista vive atrapado entre los lujos y la opulencia del sector acomodado, y la violencia cruda y descarnada del crimen organizado, utilizando su conocimiento legal como una especie de trampolín para saltar de un lugar a otro, manipulando, mintiendo, y metiéndose en cada rincón donde sepa que va a obtener una ganancia, haciéndole justicia a su apodo de estafador: Jimmy el resbaloso.
Uno de los temas principales de la serie es la identidad, es una exploración de todas las facetas de Jimmy McGill: el abogado sagaz y talentoso, el hombre tierno y dulce, el criminal egoísta, y el estafador orgulloso enfermo por el hibris. Puede que Jimmy recurra al alterego de Saul para empoderarse ante el mundo, para accionar más allá de lo moral, pero el punto de la historia no es señalar cuán diferentes son ambas caras del ser, sino probar que las dos facetas son partes importantes del mismo hombre.
Pero en otra capa de lectura, una menos filosófica, podemos encontrarnos concretamente con una perspectiva muy social del alterego de Saul. La figura de Saul Goodman sirve a Jimmy para entrar en el mundo criminal, para mezclarse con sus clientes e inmiscuirse con la parte más desatendida de la sociedad. Los abogados de prestigio que conocieron a Jimmy encuentran en el acto de Saul una figura grotesca, un ser despreciable, que expone las contradicciones propias de la profesión legal, los agujeros presentes en el sistema, los errores de las instituciones públicas y, lo más importante, el hecho de que el derecho a la representación legal no debería ser un lujo. En esencia, una caricatura de lo peor y lo mejor de la abogacía.
El Little Guy vs El Mundo
Gran parte del truco de marketing de Saul Goodman es el concepto de que trabaja para el “little guy”, es decir, para las personas que no son adineradas, famosas o poderosas. Este discurso apela principalmente a la gente que no puede pagar un abogado costoso, aquellas personas que se encuentran confundidas y vulnerables ante la complicada burocracia. La figura del little guy permite a Saul acercarse principalmente a la clase trabajadora, personas sin acceso educativo, adultos mayores, y demás sectores desprotegidos, pero poco a poco se convierte en una oportunidad para disfrazar sus actividades criminales, lo que claramente es muy rentable para él.
Saul Goodman es más que solo el alter ego de un individuo, es un mecanismo de defensa ante los poderes que rigen el mundo del little guy. Por un lado tenemos el poder violento del crimen, representado por el cártel de los Salamanca. A la par tenemos el poder de la élite, representada por los adinerados abogados con acceso económico, conexiones poderosas, clientes importantes y capital educativo. En última instancia, pero no menos importante, tenemos el poder de las corporaciones, representadas por el villano que repite su papel de “Breaking Bad”, Gus Fring. Este hombre también tiene una doble persona, de día es el gentil empresario dueño de una franquicia de pollerías, pero de noche trabaja en la distribución de las drogas del cártel. Una clara alusión a la doble moral de las grandes empresas, con sus programas de responsabilidad social por un lado y sus prácticas terribles por otro. El sueño de este empresario/criminal es apoderarse del negocio de las drogas en todas las fases del proceso, básicamente quiere crear un monopolio.
Cada uno de estos poderes tiene lo que Jimmy no tiene, son los verdaderos reyes del universo de Saul Goodman. El microcosmos de Albuquerque (lugar donde tiene lugar la serie) fácilmente explica cómo funciona el macrocosmos de nuestro mundo capitalista. Desamparado ante estos poderes, el little guy recurre a la artimaña y al engaño para empoderarse, y en ese proceso corre el riesgo de convertirse, al igual que sus opresores, en un ser despreciable. Al final del día el aparato legal debería poder mediar las interacciones entre estos poderes y el individuo ordinario, pero la realidad es que el aparato burocrático se convierte en un cuarto poder que de manera coercitiva interactúa con los demás para oprimir a los ciudadanos.
El encanto del Underdog
Si pienso en todos los momentos en los que me siento desamparado y veo “Better Call Saul” puedo entender por qué el show tiene tanto atractivo para las audiencias contemporáneas. La narrativa del underdog contra el sistema apela a los sentimientos de una sociedad quebrada, vulnerable ante la fuerza de los grupos criminales, de las grandes corporaciones y de las instituciones públicas que deberían ayudarle. Pero por lo mismo, este tipo de historias son un arma de doble filo. Más allá de la ficción, los partidos políticos han aprendido a usar este tipo de discursos, aprovechando la herida de clase para ganar simpatizantes.
Es importante señalar que la serie no plantea a Saul, nuestro “underdog”, como un héroe, sino más bien como un producto de su entorno. El abogado de Albuquerque no dirige una revolución, no promueve un cambio social, ni tiene un plan maestro para robar el dinero del cártel y usarlo para ayudar a los pobres. En el mundo de Better Call Saul, como en el nuestro, el poder simplemente pasa de una mano a otra sin que el individuo ordinario pueda hacer nada al respecto. Jimmy siendo Jimmy se hace de poder estafando a los que considera inferiores a él, siendo menospreciado por lo que se consideran superiores a él. Como Saul, obtiene poder mientras que los criminales aprovechan su talento como abogado para evadir la ley. Esto ilustra a la perfección cómo el poder utiliza a los individuos como peones. Los ricos y los criminales juegan el juego de poder, Saul sólo está ahí, agarrando los billetes que se desprenden en el camino.
Pero detrás de todo el crimen y el engaño, hay un hombre profundamente dañado por el sistema. En un punto Saul forma parte de un comité para otorgar becas estudiantiles a jóvenes prometedores. Después de la presentación de los aspirantes, los abogados del jurado comienzan a deliberar y parece ser que la selección de los ganadores es unánime, pero Saul pide al comité revisar de nuevo el caso de una joven aspirante que él piensa que merece su consideración. Los abogados le explican a Saul que aunque esta muchacha demostró ser una buena candidata, inteligente y responsable, tiene una mancha en su expediente, un arresto por una falta menor, por lo que no pueden entregarle la beca. En este momento nuestro héroe se ve reflejado con claridad: para estos abogados, para el mundo, él siempre va a ser Jimmy el resbaloso.
Un sistema perfectamente equilibrado
Y así como las puertas de la beca se cierran para esta muchacha, la oportunidad de Jimmy de una vida normal ha quedado enterrada. El poder que oprime al individuo ha creado a Saul, el perfecto mediador entre la ley y el crimen, un puente entre los beneficiarios y las víctimas del capitalismo. En una serie que es alabada por sus metáforas visuales, sus increíbles personajes y sus maravillosas actuaciones, también podemos encontrar, muy disfrazado, un comentario sobre la sociedad capitalista. Tanto en el mundo de Breaking Bad como en el de Better Call Saul, la violencia no se queda en las disputas del cártel, sino que plaga cada una de las facetas de la vida cotidiana. Cada uno de los personajes cree que está exento de la violencia que ejerce, los empresarios, los abogados, los policías, pero en un efecto boomerang todo regresa y les estalla en la cara. Es el mismo sistema que se sostiene de la falta de oportunidades, de la brecha salarial, la falta de acceso a la educación y de procesos de selección cada vez más elitistas.
En este tipo de ficciones, hablar de capitalismo violento resulta redundante. Los abogados de fina estampa se creen ajenos a la vida criminal de Saul Goodman, pero sin saberlo son tan cómplices como los capos del clan Salamanca. Por esa razón la serie nos muestra la vida de los criminales a la par de la cotidianidad de los abogados y los empresarios corruptos, como una prueba de que cada uno de estos mundos necesita del otro para seguir existiendo, como una casa de naipes, un sistema perfectamente equilibrado.
Luis Enrique Corona Mandujano