Siempre he sido muy perezoso para las llamadas y sesiones de Skype. Atenderlas implica pausar el frenesí de productividad y abrir un espacio de tu vida al interlocutor. Era algo que no me permitía antes de la pandemia de coronavirus. Quien entendió esto muy bien, después de muchos intentos de conversación frustrados, fue mi mamá.
En general, acostumbrábamos tener una comunicación sencilla, rápida, a contrarreloj. «Te escribo para comentarte que estoy bien, voy a una reunión» o «te envío un audio corto porque voy a cenar con mis amigos». En ocasiones teníamos llamadas más largas para platicar de la la salud de mi abuelo u otro asunto familiar importante.
La pandemia de coronavirus lo ha cambiado todo. Como a muchos, la incertidumbre y el silencio de la cuarentena me han hecho pensar más en la gente, en los míos. Sin el ritmo acelerado de la normalidad, tenemos tiempo para las conversaciones que estaban pendientes, y descubrimos que el acto de escucharnos, de vernos en una pantalla, es un bálsamo de tranquilidad.
No es de extrañar que, en ese reconectar con los otros, hayamos vuelto a nuestro vínculo más básico, al contacto inicial que tuvimos en la vida: nuestras madres. Para varios de nosotros, ha cobrado un nuevo significado aquella trillada frase de «una madre es un tesoro» y nos hemos dado cuenta de que no hay cuarentena para su cariño, ni para su disposición a escuchar.
Este año, el casi sagrado Día de las Madres será muy peculiar. No habrá grandes reuniones familiares, ni alegres fiestas en restaurantes. Celebraremos de forma sobria, obligados por las circunstancias.
Pudiéramos decir que este año, el regalo del 10 de mayo será para nosotros. Con las más de 250 mil muertes que ha generado el coronavirus a nivel mundial, no podemos más que valorar la vida y la salud de nuestras madres. Ellas son el regalo.
En los altibajos anímicos de la cuarentena, cada mensaje de mi mamá ha resultado ser una cucharada de tranquilidad. Me rio con sus consejos estilo «no comas mucho, no vayas a engordar», y sus anécdotas son un respiro ante la psicosis que generan las noticias.
Aunque para los dos las felicitaciones a la distancia no son novedad, pues no vivimos juntos desde 2006, este año apreciaremos de forma especial la posibilidad de vernos y escucharnos a través de una pantalla. El 10 de mayo terminaré a tiempo mis labores de oficina en casa para tener una larga conversación con ella. Escucharé todas sus historias, quejas y recomendaciones. Recordaremos nuestras tardes de películas, sus lecciones de cómo planchar camisas y los abrazos frente al mar de Acapulco.
Pero será una celebración que no todos podrán tener. Este Día de las Madres también será una ocasión para la solidaridad, para el duelo compartido. El coronavirus ha dejado a muchas familias sin mamá. Para esos hijos e hijas, el ejercicio de gratitud será en retrospectiva y por supuesto, más difícil. Deberán tomar fuerzas para recordar y sonreír por todo lo que mamá dio. Para ellos, un abrazo.
Asimismo, el Día de las Madres 2020 será una ocasión de respeto y reconocimiento. Será un momento para aplaudir a todas las madres que están en la línea directa de respuesta a la pandemia, o trabajando por mantener nuestras sociedad funcional. Pienso en las doctoras, enfermeras, paramédicas, cocineras, repartidoras, científicas, y muchas más. Gracias a ellas por su sacrificio.
También, este 10 de mayo será una ocasión para dar aliento a las madres que perdieron sus negocios o empleos, y que ven con desasosiego el futuro para sus hijos. Valoremos todo lo que han hecho y, con empatía, impulsémoslas a no rendirse.
La cuarentena nos dio la oportunidad de hacer una pausa para reflexionar lo importante que es nuestro vínculo con nuestras madres. Estoy seguro que muchos hemos revalorado su presencia y nos hemos vuelto más agradecidos por tenerlas. No cabe duda de que aún siendo adultos modernos, independientes e invencibles, necesitamos el apapacho materno.
Este 10 de mayo demos gracias por nuestras mamás, qué fortuna tenerlas.