Es viernes, 2 de la tarde aproximadamente, y, en la banqueta, alrededor de 20 jóvenes ataviados con vestimenta negra hacen fila y repliegan sus cuerpos lo más que pueden contra la pared, con el objetivo de protegerse de los rayos del sol. El otoño ya comenzó, pero el sol castiga a todo aquel que permanece dos minutos bajo sus rayos.
Los transeúntes miran curiosos la línea negra de humanos, preguntándose, tal vez, el por qué del color común de las prendas o, incluso, su misma presencia. Lo que la mayoría no sabe es que desde hace un tiempo, en la calle Reforma del barrio de La Cruz opera una agencia de modelaje, y de manera periódica se pueden ver grupos de jóvenes entusiastas que acuden a hacer casting, ansiosos por incursionar en el glamuroso mundo de los modelos.
En la redacción sabemos esto porque, de vez en cuando, algún desorientado toca el timbre de nuestra oficina preguntando si somos la agencia, a lo que, de manera (casi siempre) amable, contestamos que no: «es allí enfrente», les explicamos.
Pero hoy la convocatoria ha sido numerosa; desde las primeras horas de la mañana ya había jóvenes amontonándose sobre la calle: tobillos tambaleantes que tratan de dominar tacones de 10, 15 y, las más aventuradas, hasta 20 centímetros de alto. Caras de niña que intentan ocultarse bajo el maquillaje, y ropa entallada en cuerpos menudos que deambulan desde Plaza Fundadores hasta el Templo de la Cruz.
En una de las bancas de dicha plaza, una mamá regordeta acicala a su hija, también vestida completamente de negro. Le da los últimos retoques a una adolescente que, por su rostro, seguramente no pasa de los 13 años de edad; es prácticamente una niña, pero ya lleva el pelo planchado, el rostro maquillado y unos tacones que le impiden casi por completo caminar.
Cuando al parecer la madre ha hecho los últimos ajustes, se levantan del lugar y comienzan a caminar, de manera dificultosa, hacia donde se congregan los demás jóvenes. La chica da pasitos temblorosos, asida fuertemente del brazo de su madre, parece que en cualquier momento se luxará un tobillo.
Pero no solo mujeres acuden al llamado, también hay un número significativo de hombres que se han dado cita en busca de una oportunidad: cortes de cabello exóticos, algunas cejas depiladas y cutis pulcros y delicados.
Para pasar el tiempo, algunos ya charlan entre ellos de manera animada mientras esperan en la fila, como si se conocieran desde hace años: se escuchan algunas risas y voces entremezcladas cuentan alguna anécdota que no se puede escuchar a la distancia.
Esta algarabía contrasta con la mayoría de los rostros de los que ya han hecho el casting. Caras serias, con un dejo de desdén, se alejan poco a poco de aquella casona improvisada como centro para el modelaje.
Ya ha pasado también la joven de 13 años; para ella parece que el resultado ha sido un alivio, pues se ha despojado de los tacones y los ha cambiado por un par de tenis desgastados por el uso, también lleva puesto un pantalón de mezclilla y una playera que la devuelven, de manera providencial, a aquella infancia que tal vez una agencia le arrebataría de manera prematura.
Ahora camina dando brincos, de manera divertida, al lado de su mamá, mientras se aleja poco a poco de la calle Reforma.
Los sueños de modelaje pueden esperar un poco más.