La contienda presidencial del 2018 será particularmente interesante en materia de política exterior porque hay mucha tela de dónde cortar. Los jóvenes internacionalistas, estrechamente vinculados con las tecnologías de la información, podremos desempeñar un papel importante en ese debate. Creámoslo o no, cada tuit o post de Facebook refuerza una línea de pensamiento que impacta a nuestro círculo cercano. Por eso es fundamental ser responsables con lo que decimos. Tenemos un papel único en cuidar nuestra política exterior.
México atraviesa por un momento muy interesante en sus relaciones internacionales. Están en curso negociaciones importantes como la del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el Acuerdo Global con la Unión Europea; se está promoviendo activamente un Pacto Global para Migración y Refugio -un tema que toca muy de cerca al país- y se enfrentan retos serios como la incierta relación con Estados Unidos y la difícil búsqueda de una solución pacífica a la crisis política de Venezuela.
Para México, como democracia en consolidación, el debate de política exterior que veremos este año resulta muy positivo. Sin embargo, se corre el riesgo de quedar atrapados en trampas retoricas si los actores más informados solo replican los mensajes que se generan como parte de estrategias de campaña. Joven internacionalista, nuestra responsabilidad ciudadana es ser un puente entre las voces especializadas, las voces en campaña y el consumidor promedio de información.
Naturalmente, cada uno tiene afinidades y convicciones personales. Puede enojarnos que no se responda enérgicamente a determinado mandatario extranjero o que no se vote contundentemente en la ONU en lo relativo a un antiguo conflicto. Emocionarse con lo que pasa en nuestro “medio” es perfectamente válido. Sin embargo, para contribuir a un debate público que evite simplezas, vale la pena detenerse a reflexionar con la mayor profundidad posible.
Muy probablemente escucharemos a los presidenciables y sus equipos propugnar por la construcción de una “política exterior de Estado.” Es una propuesta catchy, pero susceptible a manipulaciones. El primer aspecto con el que hay que tener cuidado es con la idea de que ésta se construye con cierto partido político o con cierto personaje. Todo lo contrario, construir esa política exterior es una una tarea colectiva.
La muy aludida “política exterior de Estado” tiene que partir de un grado básico de entendimiento común sobre el papel de México en el sistema internacional. Se origina cuando hay claridad de nuestra “personalidad” y nuestro “carácter” en el conjunto de naciones. Para ayudar a reflexionar sobre esta cuestión, ¿qué mejor que los jóvenes internacionalistas –millennials, si les convence el término- con múltiples plataformas a su alcance para compartir su punto de vista?
Para ayudarnos a definir la identidad internacional de nuestro país hay que mirar al pasado y escudriñar el presente. Preguntémonos, ¿qué modelos ideológicos guiaron los esfuerzos de consolidación de México como una nación independiente y soberana?, ¿de que países nos interesaba obtener el reconocimiento?, ¿dónde se establecieron nuestras primeras embajadas?
México, como la mayoría de los países latinoamericanos, fue guiado por los ideales de la democracia liberal que condujeron a la consolidación del Estado en Estados Unidos, Francia y otros. Nuestros héroes nacionales creían en valores como la libertad individual, la división de poderes, la laicidad del Estado, etc. Y la ideología que suscribían también impactaban su visión de la economía y de la convivencia con otras naciones.
Aun con la revolución que experimentamos a principios del siglo XX, esas bases no se cuestionaron. Mas bien, se intentó -con aciertos y errores- profundizar esa identidad mediante la introducción de medidas más progresistas, lo que incluso permitió a México tender un puente hacia países con gobiernos inclinados al socialismo. Pese a episodios de autoritarismo y conflictividad interna, siempre se tuvo una idea clara de lo que queríamos ser.
Trasladándonos a la época más reciente de nuestra historia, vemos que con mucho esfuerzo -y dolor- se han alcanzado importantes avances en temas como derechos humanos, empoderamiento de la mujer, fortalecimiento de las instituciones democráticas, entre otros. Aunque persisten desafíos serios, es conveniente analizar qué modelos políticos y económicos guían actualmente a México y a qué países estamos buscando parecernos.
Una mirada rápida al camino seguido por nuestro país en las últimas tres décadas nos revelará la tendencia a medirnos con respecto a los miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Es verdad que México muy frecuentemente aparece en el fondo de los rankings de la organización, pero eso no es motivo para abandonar esa línea. ¿O no quisiera la mayoría de la población altos niveles de educación, productividad laboral, mejor balance vida-trabajo o mayor representación política de la mujer?
México tiene una identidad definida en el sistema internacional. Es un país con una democracia en consolidación, a favor del libre comercio, inserta en la globalización, cuyas posiciones en distintos temas internacionales son más cercanas -no iguales, vale precisar- a las de Canadá y Noruega que a las de China o India.
Así que, si escuchamos voces que propongan que nos cerremos al mundo, hay que debatir. Habrá ideas interesantes, como salirnos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), dejar de participar en el Consejo de Seguridad de la ONU o impedir que ONGs internacionales señalen las fallas de nuestro sistema de justicia. Dado lo atractivo de esas propuestas en los tiempos convulsos que vive el mundo, es necesario aportar elementos para una conversación responsable. Hay que velar por mantener los aspectos positivos de la identidad internacional de México.
Pero ¿cómo navegar el mundo de hoy con personajes hostiles hacia México -Trump por ejemplo- o gobiernos que desafían los aspectos que conforman la identidad internacional del país? Los tiempos difíciles sirven para vernos en el espejo de lo que no queremos ser. No queremos ser un país que criminaliza la migración, que abandona acuerdos para combatir el cambio climático o que prefiere amenazar en lugar negociar.
México, aun con sus límites, contribuye y deber seguir contribuyendo a un orden internacional basado en normas, en el que se coopere para lograr soluciones a los problemas comunes y se aspire a alcanzar un desarrollo incluyente. Por ello, cada propuesta de campana debe ser puesta en perspectiva con esta aspiración. Cambios radicales en la identidad internacional del país podrían llevarlo a abandonar esta tarea.
Colega internacionalista, para concluir esta reflexión, quiero referirme al tema de la ayuda internacional que México recibió después de los sismos del 7 y 19 de septiembre del año pasado.
México -no visto como un gobierno en particular- pudo con dignidad pedir ayuda a Estados Unidos, Japón e Israel, los cuales contaban con la tecnología necesaria para apoyar las primeras tareas de rescate. Y después, recibió asistencia de países tan ideológicamente distintos como China, Rusia, Suiza, Chile, Venezuela, entre otros. México no estuvo solo y eso se debe al tipo de actor internacional que el país ha sido a lo largo de su historia. El sentido ultimo de la política exterior es atraer beneficios del exterior para el bienestar del país. Por ello la importancia de cuidar nuestra política exterior.
Así que antes de que el enojo o la simpatía – o la lealtad partidista- nos lleven a replicar propuestas que suenan atractivas, hay que recordar nuestra responsabilidad ciudadana de aportar a un debate profundo de nuestra política exterior. El papel de México en el mundo no debe tomarse a la ligera, es una cuestión de Estado y el Estado somos todos.