Crónica: Mirador de Peña Blanca, un santuario para la fascinación y la aventura

Para llegar a San Juan de los Durán hay que madrugar, es lo que recomiendan los que habitan en la zona: desde el centro histórico de Jalpan hasta el pueblo se hace un viaje de poco más de hora y media en carro. El viaje comienza de madrugada, por un camino que puede ser confuso porque se atraviesa por Landa de Matamoros y La Lagunita, y después de inifinitas arboledas, se está en territorio de Jalpan nuevamente. 

Así de complicada es la sierra, ya que justo en esa zona empiezan a colindar San Luis Potosí, Hidalgo y Querétaro, y luego de viajar por un periodo prolongado, se puede olvidar dónde se está parado. Eso sí, los paisajes no dejan de ser espectaculares donde quiera que se mire, lo mejor es no desaprovechar la luz del amanecer. Pero el recorrido en auto es solo un preámbulo a lo que está por venir. Una vez que se llega a San Juan empezará la verdadera aventura: subir hasta el mirador de la Peña Blanca.

Al llegar al pueblo ya es completamente de día, y el fresco de la mañana, que aún se percibe en el ambiente, invita a disfrutar de un pan de dulce y un buen café caliente. Afortunadamente el guía, Poncho “el platicador”, dice que no es recomendable hacer el viaje sin tener un desayuno sustancial en el estómago, así que como parte de la aventura, el recorrido incluye una comida con dichas características. 

El primer destino es la casa de un carpintero, primo de Poncho, con las raíces bien ancladas en San Juan de los Durán, quien con natural amabilidad y cortesía pone frente a los visitantes un plato para que puedan servir al gusto. El menú incluye un huevo con picante (mucho), frijoles, tortillas, y para concluir, un café con pan. 

Tras la comilona, un momento de descanso para, posteriormente, preparar agua y equipo a fin de iniciar la subida. Es importante en estos casos llevar casco, más bajo las circunstancias climáticas, pues en días pasados ha caído lluvia, volviendo el camino que lleva hasta el mirador un sendero resbaladizo que podría obligar a más de alguno a renunciar. 

Pero este no es un viaje para renunciantes, así que el grupo de visitantes se encamina a las faldas del cerro y, no bien se empieza a subir, ya se resiente lo escarpado de la subida. 

“El recorrido dura mínimo unas cuatro horas de bajada y subida” dice Poncho mientras carga agua en en un pozo que sirve como punto de descanso y para decidir si se continúa con la subida; este es el momento de quiebre entre los turistas de descanso y los turistas de aventura… Todos retoman el ascenso. 

Al principio la subida es difícil, no sirve negarlo. En lo que el cuerpo se acostumbra a la altura y a la actividad puede parecer que el esfuerzo es agotador, y más cuando la energía está dividida entre caminar y mirar atentamente por donde se pisa para no resbalar. 

Mientras se sube, un Poncho muy bien adaptado a estas condiciones relata que no es el mismo después de padecer COVID, y no lo dice solo a nivel personal, pues parece ser que las personas están sufriendo las secuelas y que respirar no es lo mismo después de la pandemia

Al comparar su respiración con la de los demás, se llega a la conclusión de que su hipótesis podría ser real. Pero el camino es maestro y el cuerpo aprendiz, conforme pasa el tiempo la naturaleza misma devuelve la vitalidad a quienes osan escalarla y se llega a la pensar que las comodidades del mundo moderno encaprichan: después de un rato las piernas y los pulmones recuperan su fuerza natural, la subida es entonces poco más que un paseo por un parque cualquiera.

La belleza que rodea es impresionante; a donde se mire, la naturaleza reina con gracia sobre el terreno. Ya cerca de la meta los árboles esconden el sendero y sin un guía es fácil perderse, por eso es un alivio contar con Poncho. Él es fan de la flora que hay en el lugar, señala árboles y hongos por todos lados, y repara hasta en el más pequeño insecto, volviendo increíble esa capacidad de seguir maravillándose con lo que se ve todos los días. 

Dice que el recorrido se puede alargar dependiendo de las personas que lo tomen y habla sobre una amable pareja de jubilados que a paso constante completaron el camino en seis horas, así como la historia de un par de turistas alemanas que se deslumbraron con las maravillas de la sierra Queretana. Para él este espacio no es un cerro más, pues hay historias guardadas en cada cueva, siluetas en cada roca y amigos con cada visita.

Finalmente, al llegar al mirador, no hay forma en que la obra del humano pueda competir con las vistas de la Sierra y sonará exagerado, pero el frenesí de experiencia deja rastros en la memoria, y cualquiera visitante a la Sierra de Querétaro podrá compartir esta idea. Aún así, si bien se dice que es el viaje y no el destino lo importante, en esta ocasión el largo viaje a San Juan, el desayuno, y el reto de la subida, es lo que ha dotado de sentido a la aventura en el mirador de la Peña Blanca.

Como colofón, para coronar las maravillas que resguarda el lugar, la peña aún esconde una sorpresa en su centro, cuevas y grutas son parte del camino de bajada, y es aquí donde el casco se vuelve, más que en un accesorio, en una necesidad. Las maravillosas formas que aparecen ante los ojos no se pueden describir, cada observador es capaz de encontrar algo diferente mientras analiza la compleja caída de las estalactitas, mientras, seguramente, un murciélago revolotea por el lugar.

Con cansancio por el camino andado, Poncho guía el regreso al pueblo, donde un pollo en pipián verde con arroz ayuda a reponer energías. Después de ese alimento, Poncho, San Juan de los Durán y la Peña Blanca quedarán atrás para regresar a los mundanos quehaceres de la vida cotidiana.

Para vivir esta experiencia, contacta a Corazón de la Sierra dando click aquí.

Por Luis Corona

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